Monday, July 19, 2010

Para comprender el México de Hoy (Parte XX)


Las Profundidades del '68.


En el 2008, se cumplieron 40 años del movimiento social que culminó con una masacre estudiantil (el 2 de octubre de 1968, en Tlatelolco, Cd. de México) cuyos responsables, hasta hoy, continúan sin castigo. Y seguramente morirán en su lecho de impunidad porque ni siquiera se clarifica quiénes son los culpables. Es harto simplista fincar la acusación al “régimen autoritario” (refiriéndose al gubernamental priísta de entonces) y aún peor a los personajes que desempeñaban los más altos puestos de la administración pública. Se podrá decir que tales o cuales individuos fueron los brazos ejecutores de la masacre, pero es innegable que fue responsable todo el Estado Mexicano; toda la complejidad de las instituciones y órganos políticos, económicos y sociales que de él emanan. Desde luego, los ideológicos.

Se ha vuelto un lugar común, a fuerza de repetirla a cada conmemoración, la consigna: “¡Dos de octubre no se olvida!”. Me parece que peor que olvidarlo sería no percatarse de que a cuarenta años de los hechos no faltan sectores anacrónicos reinstalados en el gobierno federal a partir del 2000, y en las altas esferas del poder económico privado, que pretenden hacer de la disidencia un delito y que no dudarían en desatar una represión a gran escala contra los sectores autodenominados “democráticos” y la izquierda; así lo demuestran los hechos acaecidos durante las últimas fechas del gobierno foxista en la población de Atenco, Estado de México, y en la ciudad de Oaxaca. Así que, más importante que no olvidar es impedir que vuelva a ocurrir. Y puede suceder porque nuevamente, retomando la frase final del capítulo anterior, se ha destapado la Caja de Pandora del sistema político mexicano.

Veamos.

A cuarentaidós años de distancia, los autores y analistas no se ponen de acuerdo –no saben o no quieren hacerlo- en dilucidar los motivos de la crisis política de aquel 1968.

Para muchos, fue sólo “un movimiento estudiantil motivado por imitación extralógica…”; una “crisis de conciencia juvenil”, pues en diversos lugares del mundo (París, Praga, Los Ángeles, etc.) también la hubo; para otros, “la crisis de un régimen autoritario…”; para el presidente en ese periodo y su séquito, “un movimiento subversivo que pretende impedir que se efectúe la Olimpiada” (aquella bautizada como ‘México 68’), amén de “una conjura internacional del comunismo”.

Hay historiadores que, en busca de la “verdad”, recurren a datos, documentos y testimonios de la época –que aunque sean fidedignos pertenecen al ámbito de la subjetividad- que una vez reunidos sólo sirven para escribir volúmenes y volúmenes que a fin de cuenta no nos hablan sino de la capacidad del autor para recopilar información; pero la información –en sí- no nos conduce a explicarnos el porqué del proceso histórico. Belive or not. Valen, sí, y mucho, como trabajos periodísticos; pero la Historia es otra cosa. Sumirnos en un mar de datos es quedar, al concluir la jornada, completamente desorientado desde la perspectiva de los porqués. Lo que cuenta es el método de análisis: hay que hacer la historia general del momento histórico. Discernir qué es aleatorio y qué es central. Distinguir entre cómo se manifiesta el tópico y lo que lo genera. Diferenciar entre Forma y Contenido; entre Apariencia y Esencia. Develar lo concreto.

De modo que, como hemos vislumbrado a lo largo de estas reflexiones, todos los episodios políticos y sociales que en nuestro país han sido, contienen una serie de implicaciones provenientes de diversas vertientes en tiempo y espacio; pero siempre con un trasfondo económico, unas veces oculto y, otras, evidente. Concretamente: son resultado de la lucha ancestral entre dos concepciones ideológicas que –como ya hemos manifestado- sólo envuelven o enmascaran intereses materiales identificados, uno, con lo estacionario y, otro, con el avance de la historia; y, siendo puntuales en el caso que nos ocupa -la Historia de México como nación-, uno que privilegia los intereses privados y, otro, los sociales. Así, un enfrentamiento, choque, de virtuales modos de producción definidos por la forma en que se verifica la apropiación de la plusvalía.

El México de 1968 no tendría por qué ser diferente, como tampoco en el de hoy. De allí debe partir un análisis de los años 60; y, específicamente, del movimiento social de 1968.

En ese año, en el PRI –partido de Estado- se empiezan a mover los hilos para decidir el relevo presidencial. Los soterrados contendientes son –discriminando personajes- la permanencia del capitalismo monopolista de Estado, inaugurado con la Expropiación Petrolera de 1938, contra el capitalismo privado, sector donde empiezan a surgir nuevos grupos cuya influencia en la economía les permite apoderarse de algunas esferas del poder político y cuyos representantes son industriales, ganaderos y agricultores del norte de la República; una nueva generación de empresarios “modernizadores” que no provenían de las filas revolucionarias; pero que se beneficiaron del modo emanado del movimiento social; se reaviva una vieja pugna que tiene su raigambre en los tiempos anteriores a la Revolución Mexicana y que se fue postergando en aras de la institucionalidad, que más bien se explicaba porque las nuevas fuerzas no contaban con el poder suficiente para vencer al primero. El otro contendiente es el capitalismo que engendrado desde las filas revolucionarias (al que tampoco le correspondió vivir la lucha) el que ha crecido a la sombra del poder político y que se ha servido de él para enriquecerse; aunque no tiene sólo una cabeza. Si la Revolución posibilitó el ascenso de estas dos, el engendro de ésta –el capitalismo monopolista de Estado- las relegó a un segundo plano; las supeditó a éste.


“Entre los individuos como entre las naciones…” herencia es destino:

“Sólo regresaré al pais en caso de que una potencia extranjera ponga en peligro la integridad del pais”.

Se dice que tal vaticinio lanzó el viejo dictador –Díaz- cuando a bordo del Ipiranga se exilió. Quedó en el encargo presidencial Francisco León de la Barra, quien más tarde contendería contra Madero por la renovación del cargo que, como se sabe, ganó éste. Los caros ideales –reitero, ideales- maderistas estaban muy lejos de solucionar los problemas que enfrentaba el país pues sabido que la democracia no da beber ni comer –de tan sabido, se olvida; el año 2000 lo constata-, así que pronto creció la inconformidad entre afines y enemigos. Así que tuvo que enfrentar a los revolucionarios que querían transformaciones sociales que les llevaran a dejar de ser los olvidados de la tierra, la contrarrevolución y la insidia extranjera –aliada socarronamente a la anterior, puesto que sus intereses de fondo no eran los mismos- escondida en la embajada del país del norte en desquite de que el gobierno del Apóstol de la Democracia insistía en cobrarles impuestos a las compañías petroleras.

La Decena Trágica inclinó la balanza de un lado de la contrarrevolución: el de Victoriano Huerta, quien se adueñó de la situación sin hacer partícipes a quienes pretendían retomar el mando: los antiguos porfiristas (Bernardo Reyes, quien murió en el intento) y los nuevos (Félix Díaz, Manuel Mondragón, Rodolfo Reyes). ¿De quién era instrumento Huerta? ¿De qué polo de la contrarrevolución inclinó la balanza. Apelo, estimado lector, a su capacidad deductiva.

Entonces se recrudece la guerra intestina en que todos los grupos revolucionarios –disímbolos entre sí- se alían para derrocar al Chacal Huerta. Disímbolos porque las realidades de sus lugares de origen son distintas; porque los problemas que los empujaban a rebelarse eran diferentes; porque sus visiones del mundo no partían de perspectivas comunes; porque –como expresábamos en las primeras páginas de estas reflexiones respecto de las guerrillas rural e urbana- unos luchaban contra las injusticias y otros contra la “justicia” implantada por el viejo régimen al que el maderismo triunfante no supo, no pudo o no quiso derruir. Y sin embargo, esas visiones distintas confluían, sin proponérselo conscientemente, en un punto: transformar el modo de producción.

Tal que la revolución que partió de los prósperos estados del norte (la convocada por el Plan de Guadalupe), comandada por Carranza y sus generales (Obregón, Calles), no tenía los mismos objetivos, por ejemplo, que la revolución suriana (el Plan de Ayala) de Emiliano Zapata (ésta, más afín con otra del norte, la de Francisco Villa). La primera partía de la cabeza y la segunda del estómago; una, del pensar y, otra del ser.

Las fuerzas revolucionarias (el Ejército Constitucionalista y la División del Norte), coligadas infligieron grandes derrotas al ejército federal en el norte del país –bajo la mirada expectante de los marines norteamericanos que habían invadido Veracruz para “proteger a sus ciudadanos” (léase: sus intereses petroleros)- mientras que el Ejército Liberador del Sur hacía lo propio en las proximidades de la capital, hasta que cercaron la Ciudad de México, obligando a Huerta a huir del país.
Ante las distintas perspectivas y la desconfianza que reinaba entre las fuerzas revolucionarias, se decide en octubre de 1914, llevar a cabo una convención en Aguascalientes con miras a elegir un Presidente de la República que deje satisfechos a todos los grupos. Se insta a renunciar a sus jefaturas militares a Carranza y a Villa. Resulta electo Eulalio Gutiérrez, un antiguo trabajador minero, experto en explosivos por lo que se hizo de prestigio militar volando ferrocarriles federales, y viejo correligionario del magonismo (de filiación anarco sindicalista) al igual que Antonio Díaz Soto y Gama (delegado de Zapata, quien no asistió a la Convención).

[N.B.: A la Convención llegaron Carranza y Obregón y estamparon su firma en la enseña patria a modo de compromiso de que respetarían los acuerdos que encaminaran a la comunión entre las distintas fuerzas e intereses e instaron a los demás delegados a hacer lo propio. Antonio Díaz Soto y Gama se negó a firmar arguyendo que “…creo que la palabra de honor vale más que la firma estampada en ese estandarte, ese estandarte que al fin de cuentas no es más que el triunfo de la reacción clerical encabezada por Iturbide... Señores, jamás firmaré sobre esta bandera. Estamos aquí haciendo una gran revolución que va expresamente contra la mentira histórica, y hay que exponer la mentira histórica que está en esta bandera”. Hay distintas versiones sobre el incidente –que por poco le cuesta la vida a Soto y Gama- pero es pertinente la nota para mostrar hasta dónde llegaban los desacuerdos entre los delegados a la convención, los que, a la postre, eran las fuerzas que iban a construir un nuevo México].

Todos parecen quedar de acuerdo con el nombramiento de Gutiérrez; sin embargo, al poco tiempo, Carranza desconoce a la Convención y al presidente electo por ella. Marcha a Veracruz y ahí instaura su gobierno. En tanto Villa y Zapata llegan a la Ciudad de México. El primero desconoce a Eulalio Gutiérrez y la Convención nombra a Roque González Garza, quien da la jefatura del Ejército Convencionista a Villa. Obregón marcha sobre la Ciudad de México, por lo que la Convención se instala en Cuernavaca.

La guerra entre las facciones se recrudece. Obregón derrota en célebres batallas a Villa (por ejemplo la cruenta y devastadora de Celaya) y la victoria total es de los constitucionalistas. Villa se refugia en el norte del país e invade Columbus, a lo que los Estados Unidos responden con otra invasión del suelo mexicano. Carranza envía a Isidro Favela a negociar con el gobierno norteamericano asegurándoles que el gobierno mexicano se encargará de contener al llamado Centauro del Norte. Zapata, ya sin el apoyo material –armamento- que Villa le proporcionaba, tuvo que cambiar de táctica de lucha: de combate abierto a táctica de guerrilla, con lo que no pudo derrotar a quien fue enviado para combatirlo, el general Pablo González.

Instalado otra vez Carranza -gracias al genio militar de Álvaro Obregón- como jefe máximo de la revolución, instaura al constituyente a fin de promulgar una nueva constitución, lo que ocurre el 5 de febrero de 1917. Ese mismo año, el Rey Viejo es electo Presidente de la República.

En los siguientes años, Zapata siempre insurrecto y Villa pacificado, fueron asesinados en emboscadas preparadas desde los despachos de gobierno de Carranza y Obregón, respectivamente; el primero, en 1919 y en 1923 el otro.

Villa saltó a la escena combatiendo el poder de la familia que mantenía el control político y económico en Chihuahua en tiempos de Porfirio Díaz: los Creel Terrazas (familia a la que pertenece el panista Santiago Creel Miranda). Por su empírico ingenio guerrillero fue atraído al maderismo por Abraham González y posteriormente al constitucionalismo, aunque nunca tuvo la simpatía de Carranza ni, mucho menos, de Obregón.

Los motivos de Zapata son de índole más profunda. Por artimañas de terratenientes acaparadores del Siglo XIX, las tierras comunales de Anenecuilco –otorgadas al pueblo indígena desde la Colonia- les fueron arrebatadas a sus legítimos dueños mediante un manejo convenenciero de la Ley Lerdo que expropiaba las tierras no productivas o en “manos muertas” a favor del Estado para su posterior asignación a particulares (recuérdese que el objetivo de esas leyes juaristas estaba dirigido a las tierras en manos del clero, no a las comunales), lo que propició el despojo de los pobladores y dueños originales. Los beneficiarios resultaron ser, al paso del tiempo, aliados del porfiriato, latifundistas como el Jefe del Estado Mayor y el yerno del dictador Díaz; precisamente la gente para la que trabajaba Zapata como caballerango. Habiendo sido electo como responsable de la junta que defendía los derechos indígenas sobre las tierras de Anenecuilco, la dictadura lo consideró fuera de la ley y ahí empezó su lucha.

Lo anterior serviría de base para mostrar los intereses diversos de los grupos revolucionarios en función de los orígenes de clase de las distintas fuerzas. Mientras que el zapatismo y el villismo representaban a los desposeídos y explotados desde tiempos remotos, los constitucionalistas y los maderistas pugnaban por otras consignas que tienen que ver más con lo político. Los primeros partieron de ámbitos regionales, los segundos lo hicieron desde una visión del ámbito nacional.

Una reflexión: al igual que en la Independencia -donde la hueste de Guerrero es desplazada por los iturbidistas- en la Revolución vuelve a ser relegada a segundo plano la guerra de los pobres.

Ahora bien, ¿cómo repercute todo lo anterior en la correlación de fuerzas en el periodo post revolucionario? ¿Qué es de las diversas fuerzas al término de la lucha armada?

Al amparo de Carranza muchos de sus generales y soldadesca abusan de su nueva situación y se amasan grandes poderes y fortunas mal habidas. No obstante, hay diferencias que crecen cuando el de Cuatro Ciénagas trata de imponer al ingeniero Bonillas para sucederle. Adolfo de la Huerta apoyado por Álvaro Obregón, Plutarco Elías Calles y Joaquín Amaro lanza el Plan de Agua Prieta dirigido contra don Venustiano. Logran que salga de la Ciudad de México rumbo a Veracruz, pero en el camino le sorprende una asonada y muere asesinado. Ha empezado la pugna entre los miembros de la revolución emanada en los estados norteños. José Vasconcelos decía: “La civilización termina donde empieza el gusto por la carne asada”, aludiendo a aquellos líderes. De la Huerta suple a Carranza y crea un gabinete diverso; se reconcilia con villistas (Villa aún vivía, se le pacificó con el otorgamiento de la hacienda de Canutillo) y zapatistas (Zapata ya había sido asesinado) y licencia y exilia a los generales afectos a Carranza (entre ellos a Pablo González Garza, quien planeó el engaño que culminó con la muerte del caudillo suriano). Luego convocó a elecciones en las que salió triunfante Álvaro Obregón. Formó parte del gabinete de éste, y en tal tarea, reestructuró la deuda externa; luego, entró en conflicto con el presidente por la firma de los Tratados de Bucareli (ya nos referimos al particular: México se comprometía a diferir, a no hacer efectivo, el mandato constitucional sobre la soberanía del subsuelo –específicamente, el petróleo-) y porque aquél pretendía imponer a Plutarco Elías Calles como su sucesor, y llamó a otra rebelión, la cual no prosperó y tuvo que exiliarse.

Llega Calles a la presidencia. La clerecía se inconforma con la aplicación del Artículo Tercero de la Constitución y el episcopado –con el apoyo del Papa Pío XI- decida cerrar los templos, situación que hace que los feligreses se opongan al gobierno. La situación se agrava y se desata la Guerra Cristera (1926-1929). Obregón lanza su candidatura para reelegirse, cosa que logra, pero antes de tomar posesión es asesinado por un fanático religioso. Calles se instaura en ese momento como jefe máximo y único de la Revolución. De 1928 a 1934 pasan por la presidencia tres personajes (Emilio Portes Gil, Pascual Ortiz Rubio y Abelardo Rodríguez) que sirven de parapeto para que el “Jefe Máximo” siga gobernando indirectamente.
En 1929, crea el instituto político que hoy ostenta el acrónimo de PRI con el fin de unificar a toda la “familia revolucionaria” (tarea en la que ya se había aplicado, como dijimos arriba, Adolfo de la Huerta, y que hubo fracasado) y aplacar las disputas intestinas en forma definitiva. El fin es institucionalizar la revolución.

[N.B.: Adolfo de la Huerta, en 1911, había combatido en Agua Prieta, Son., un levantamiento magonista].

Con los anteriores referentes veremos, en delante, como se institucionaliza la revolución.

Como con los tres anteriores, Calles pretendía continuar gobernando tras bambalinas y para ello expresa su incontrovertible decisión de que el candidato a la presidencia sea Lázaro Cárdenas, quien había sido gobernador de Michoacán, Secretario de Gobernación en el trunco mandato de Pascual Ortiz Rubio y dirigente del Partido Nacional Revolucionario (hoy PRI). Muy joven se había incorporado a las filas revolucionarias bajo las órdenes de Martín Castrejón, quien había sido miembro del Partido Liberal Mexicano, fundado por los Flores Magón, y diputado del Congreso Constituyente de 1917. Luego se unió al Plan de Agua Prieta y desde entonces Calles se convirtió en su mentor político. Ya como presidente, Cárdenas empezó a realizar tareas que aún estaban pendientes y que habían sido planteadas en el Plan de Sexenal (plan de gobierno para su periodo de gestión) y tema principal de la Revolución: la Reforma Agraria. Luego, nacionalizó los ferrocarriles, creo un banco de fomento al campo, concilió con la Iglesia dentro del marco constitucional, amén de otras relacionadas con el movimiento obrero, que fueron las que más molestaron a Calles, pues tenía compromisos con los patrones, principalmente los de las compañías extranjeras, entre ellas las petroleras. Entró en conflicto con gente muy allegada al Jefe Máximo por asuntos que nada tenían que ver con la política (excepto que los sitios que clausuró, por ejemplo El Casino de la Selva, eran de políticos), así que éste comenzó a presionar al presidente de palabra y de hecho a lo que obtuvo como respuesta que se presentaran en su casa militares y civiles incondicionales de Cárdenas “invitándolo” a que dejara el país junto con el dirigente de la central obrera callista. El Ejecutivo se deshace de los callistas en todas las instancias de poder político: en el gabinete, en el partido, en las centrales obreras y campesinas y echa a andar su proyecto económico a partir de la rectoría del Estado. Lo subsecuente, ya lo hemos referido en páginas precedentes.

Llega el momento de la sucesión. Había que escoger entre el general Francisco J. Mujica (quien había sido magonista, inclusive, colaborador de Regeneración, el periódico vocero del Partido Liberal Mexicano) y Ávila Camacho. Políticamente, el primero más afín a Cárdenas; fue lugarteniente en distintas épocas, de Carranza y de Obregón; uno de los ideólogos más destacados de la Revolución lo que dejó plasmado en su tarea como constituyente en 1917; llevó a cabo la primer reforma agraria (en Michoacán, cuando don Lázaro era gobernador); fue, además y en última instancia, quien forjó el pensamiento político de Cárdenas. De otro lado un próspero empresario que había hecho fortuna a base de contratos de obra pública en gobiernos precedentes, en uno de los cuales –extraña y curiosamente- fue Secretario de Obras Públicas, Juan Andreu Almazán, lanzado por el Partido Revolucionario de Unificación Nacional y apoyado por el naciente PAN.

Dentro del PRI, así se definió la candidatura:

”El señor general Múgica, mi muy querido amigo, era un radical ampliamente conocido. Habíamos sorteado una guerra civil y soportábamos, a consecuencia de la expropiación petrolera, una presión internacional terrible. ¿Para qué un radical?”
Lázaro Cárdenas
Y bajo esta consideración, y la derrota del último intento de golpe de Estado militar, el comandado por el General Saturnino Cedillo auspiciado por las empresas petroleras extranjeras, la Revolución se ablanda y, peor, cambia de rumbo: pasa la estafeta presidencial a Manuel Ávila Camacho, un militar poblano que creció a la sombra de su jefe, el general Lázaro Cárdenas; fungió como Jefe del Estado Mayor cuando éste gobernó Michoacán. Contendió en ese álgido periodo electoral de pre guerra con Juan Andreu Almazán quien fue jefe de operaciones militares en Nuevo León y había combatido desde frentes disímbolos: desde el zapatismo a posiciones pro nazis (sin embargo tachaba de nazicomunista a Cárdenas). El hermano mayor del nuevo presidente, Maximino (quien fungió como Secretario de Obras Públicas, donde se sirvió de su puesto para enriquecerse y enriquecer a sus esbirros mediante contratos de obra), era un cacique con ansia de suceder a su carnal que se valía de cualquier medio para sus fines, furibundo anticomunista que cobijó a sus ahijados políticos (como Gustavo Díaz Ordaz) y mandaba asesinar a sus oponentes: los ligados al cardenismo y a quienes veía como posibles enemigos en su carrera personal hacia la presidencia (se cuenta que amenazó de muerte a quien sería el próximo: Miguel Alemán, motivo por el cual éste intentó renunciar a la cartera de Gobernación, lo cual no fue aceptado por el Ejecutivo).

El siguiente designio sexenal recayó sobre el veracruzano Miguel Alemán, fue el prototipo del político “cachorro de la Revolución” (léase: de la contrarrevolución), “modernizador”, primer empresario –de bienes raíces: Polanco, Cuernavaca, Ciudad Satélite y las Lomas de Chapultepec- fungiendo como político; leal al partido de Estado –el PRI, ya con esas siglas y con otro cariz muy alejado de los principios de la Revolución-. Alemán promovió, con efímero éxito, regresar a las compañías extranjeras y al interés privado el aval para su participación en la industria petrolera, en ese entonces recién nacionalizada. Un hombre así, era el que requerían los líderes de la libre empresa –de la que él mismo era miembro- como relevo presidencial para poder crecer y, en última instancia, para hacerse del poder político y así minar la competencia estatal. Todo en ara del gran dios del capitalismo: La Tasa de la Ganancia; y de su sacerdote: La Apropiación Privada de la Plusvalía. Su régimen estuvo plagado por la corrupción y el favoritismo a sus cercanos. De modestos orígenes, según sus biógrafos, pasó a ser uno de los mexicanos más ricos.

El también veracruzano Adolfo Ruiz Cortines, quien creció a la sombra de sus paisanos. Miguel Alemán y Fernando Casas Alemán; había trabajado con Ávila Camacho. Se inició en la vida pública trabajando con viejos revolucionarios: ayudante de Robles Domínguez y luego de Heriberto Jara (Aliado de Cárdenas, quien lo nombró inspector general del ejército para frenar a los militares callistas; también gobernador de Tabasco y luego Veracruz, antes diputado al constituyente y con Cárdenas como presidente, dirigente del PRI). Ruiz Cortínes, en su juventud, había sido secretario particular de Jacinto B, Treviño, un carrancista bajo el mando de Pablo González que combatió a los villistas, participó luego en la rebelión escobarista (contra la imposición de Ortiz Rubio por Calles) por lo que fue exiliado; vuelto al país, asesinó a José Alessio Robles –hermano de Vito, también de filiación villista, enemigo de Calles y Obregón-, finalmente fundó el PARM, un partido creado para remedo de democracia electoral. Ruiz Cortines, tuvo contener los escandalosos abusos de quienes se enriquecían al amparo de los puestos políticos. Los devolvió a los cauces “normales”.

Adolfo López Mateos, oriundo del Estado de México. De joven fue un vasconcelista comprometido que se vio en peligro de muerte cuando la hueste de Gonzalo N. Santos (el cacique potosino más temido de la historia reciente, tanto como Maximino Ávila Camacho; más, porque vivió más tiempo), asesinó a partidarios del autor del Ulises Criollo durante las elecciones en que contendió contra Pascual Ortiz Rubio, favorito de Calles. Más tarde lo apadrinó e impulsó Isidro Favela (carrancista puro, fue Secretario de Relaciones Exteriores de don Venustiano), [N. B.: Isidro Favela fue la cabeza de lo que hoy es el Grupo Atlacomulco, propiamente una dinastía, puesto que se trata de una familia que lleva gobernando el Estado de México desde los años 40 –que se fortalece política y económicamente bajo el auspicio de Maximino Ávila Camacho y, luego, de Fernando Casas Alemán- y a cuyo benjamín están dirigiendo hacia la carrera por la presidencia en el 2012: Enrique Peña Nieto, sobrino del anterior gobernador: Arturo Montiel Rojas, (que no pudo ser candidato a la presidencia contra Calderón y contra López Obrador porque le amenazó Carlos Madrazo -a la sazón, quien resultó candidato del PRI- con “sacarle sus trapitos, de corrupción, al Sol”). ¿Estirpe de “carranclanes”?]. Durante el mandato de López Mateos se contiene, mediante la represión y cárcel, los movimientos magisterial, obrero (ferrocarrileros) y campesino; muere asesinado el líder campesino -seguidor de Zapata- Rubén Jaramillo. ¿Dónde está el Tata?

Aquí, se podrá ver cómo la frágil, a la vez violenta y pletórica de virajes, convivencia de la “Familia Revolucionaria” contenida en –o por- el PRI se reparte el poder a regañadientes entre los grupos herederos de la Revolución. Llega al PRI un político se que había forjado en las filas de los “Camisas Rojas” del cardenista Tomás Garrido Canabal: Carlos Madrazo (padre del homónimo mencionado en el párrafo anterior), quien intenta reformar al partido; pero su afán es cegado. (Pocos años después fallece en un accidente aéreo que tiene todos los visos –sin confirmarse- de crimen político). Un PRI que no acepta renovación (“¡Muerte a todo lo que huela a Cárdenas!”, parece ser la consigna) es ahora comandado por el general Alfonso Corona del Rosal (según un autor, miembro de una sociedad secreta llamada “El Círculo Negro” que tenía como fin preservar a cualquier precio el principio de no reelección) regresa el poder a la vieja guardia: al discípulo más avanzado de Maximino Ávila Camacho: Gustavo Díaz Ordaz. Crece la discordia. La fuerza del pasado cierra las puertas, ya no al futuro, sino al presente.
Hoy, en el juego político, participan varios partidos; pero, insistimos, antes las disputas se dirimían en el seno del PRI, el cual –hasta la fecha- no es un ente homologado sino un instituto en el que confluyen intereses varios y hasta contrarios (ya lo definimos con una cita del escritor Sergio Pitol) que sólo un sistema presidencialista –erigido en la tradición de un reino donde nunca se ponía el Sol y, de otra parte, en el de un huey tlatoani- podía contener; pero que en 1968 es sacudido por la presión social, el choque de los grupos políticos y el imperialismo de post guerra (que se debatía en la Guerra Fría), y herido de gravedad por los enfrentamientos internos de las tres instancias económicas antagónicas ya descritas, lo que provoca que unos cuantos años después se dé la desbandada de ciertos personajes inconformes con las cuotas de poder recibidas y algunos grupos empresariales insatisfechos, principalmente norteños, que prefieren enrolarse en el PAN (la llamada “invasión de los bárbaros del norte”), partido donde se aglutinaba gran parte de las capas medias identificadas con una aristocracia venida a menos, tradicionalista, conservadora, muy católica, de buenas costumbres, afectas a los patronatos y a la beneficencia como medio de expurgar sus culpas y pecados terrenales, y con una historia de enfrentamientos contra los gobiernos emanados de la Revolución (en sus filas se encontraban personajes que promovieron y participaron en la Guerra Cristera, así como algunos sinarquistas; surgidos de éstos, posteriormente, grupos estudiantiles de choque, como los denominados MURO y TECOS, y en la actualidad el grupo llamado el YUNQUE, una especie de sociedad secreta afecta al fanatismo católico). Al lector de estas líneas no le costará esfuerzo alguno identificar el paralelismo de los aludidos con aquellos personajes criollos acomodados que vivieron durante la Colonia, con aquellos que erigieron un emperador de pacotilla con su ridícula corte, y con aquellos que luego trajeron a un heredero de la nobleza europea para nombrarlo emperador y oponerlo al gobierno republicano de Benito Juárez. A fin de cuentas, el PAN se convierte en instituto en el que –al igual que el PRI- confluyen vertientes distintas y hasta contrarias donde la ideología original se ve desplazada por los intereses de los señores del dinero disconformes con las canonjías económicas y el poder político que el PRI y el mismo Estado –en tanto capitalismo monopolista- les negó o no les dio como lo querían.

Permítaseme dar paso a una serie de digresiones. ¿Cuál fue el escenario en el que los industriales norteños forjaron su fortuna y poder político? Fue en el “teatro” de los últimos tiempos del porfiriato con la “obra” a la que, con virulento sarcasmo, pudiera yo bautizar como La Guerra Del Pulque vs. La Cerveza.

Tendremos que tomar un referente remontándonos a tiempos de la Colonia. Hemos afirmado que existieron las maneras de dominio o –sutilmente llamadas- de control social aplicadas a los indios y las castas. Formas superestructurales como serían los poderes jurídico, militar y religioso. Otras que tendrían que ver con cuestiones de tipo práctico entre las que contaríamos las deportaciones regionales, la violencia y el maltrato físico. Pero hubo otra que perduró por siglos y que se revirtió contra la sociedad mexicana en su conjunto y que consistió en propiciar el alcoholismo como forma de control. El ser humano alcoholizado cotidianamente no es capaz de rebelarse material ni ideológicamente y a la larga se convierte en un ser que se abandona a sí. Podía ser explotado hasta el punto de morir. Sí, no era muy productivo pero para continuar con el esquema de explotación se contaba con su prole, misma que repetía el ciclo de reptar entre la explotación, el abuso, la borrachera y la muerte. Podría decir, sin exagerar, que en México se hizo de la embriaguez una institución de dominio, de arraigo forzoso del trabajador a su patrón explotador. No ha mucho tiempo, en algunas partes del campo mexicano, a los indígenas se les continuaba pagando el jornal con aguardiente o pulque. Imagine el lector la situación que prevaleció desde la Colonia hasta tiempos anteriores a la Revolución de 1910 en que esa práctica era tan normal como cotidiana.

He ahí la proverbial (aunque sea un estereotipo) afición del mexicano al alcohol. Se dice que los mexicanos se emborrachan por gusto, por disgusto; por alegría, por tristeza; por devoción, por decepción. Se aduce que los rusos se emborrachan para contrarrestar el frío; lo mexicanos, por cualquier motivo o sin él.

De ello se desprende que una de las industrias más boyantes en tiempos de Don Porfirio fuera la del pulque, bebida que ya los mexicas –hay estudios al respecto- degustaban y a la que le endilgaban –también está documentado- carácter religioso, ritual sagrado. Fray Bernardino de Sahagún relata que para los antepasados indígenas era una bebida que se consumía en festividades y ritos dedicados a los dioses; sin embargo, ya bien entrado el periodo colonial se destinó al consumo de las castas del mestizaje y a los indígenas; entre la población española y criolla era restringido.

Como quiera que fuere, la industria –con procedimientos casi artesanales- creció y se levantaron grandes haciendas pulqueras principalmente en lo que hoy es el centro de la República (en los estados de Hidalgo y Tlaxcala, zona donde se asentaban los enemigos de los mexicas, los aliados de los españoles) y prosperaron gracias a impulsos que recibieron del gobierno porfirista, por lo que alcanzaron un auge sin precedentes (aunque la llamada “época de oro” del pulque fue en el Siglo XVIII), ya que durante ese mandato los empresarios pulqueros pudieron contar con avances en las vías de comunicación que les permitieron llevar su producto con mayor celeridad a la Ciudad de México y puntos cercanos sin riesgo de que la bebida se descompusiera; sí, pudieron contar con el ferrocarril (antes de eso, el traslado se hacía en caravanas de carros tirados por mulas). La vía férrea de Veracruz a México pasaba por los Llanos de Apan, donde se encontraban las haciendas pulqueras más productivas que eran propiedad de personajes muy cercanos a Porfirio Díaz entre quienes se encontraba Manuel Fernández del Castillo y Mier, (que encargó construir en Europa la reja de hierro forjado que brindaba entrada a su rancho -San Bartolomé del Monte-, la que fue fabricada a imagen y semejanza de la del Castillo de Miramar, donde habitó Maximiliano de Habsburgo); muy aficionado a la charrería y a la tauromaquia y a la crianza de toros de lidia, tanto que fue quien mandó erigir con recursos propios la plaza de toros de La Condesa en la Ciudad de México. Otro de los grandes hacendados pulqueros fue Ignacio Torres Adalid, quien era uno de los empresarios más poderosos del país; poseedor de varias haciendas. Construyó el ferrocarril Decauville impulsado, ya, por una locomotora de vapor.

Empresarios de viejo cuño, aristócratas muy a tono con la época y el modo de producción que estaban por fenecer -al igual que la gerontocracia porfiriana que los arropaba- merced a la Revolución de 1910.

En la lógica de lo expresado líneas arriba, no vamos a llenar hojas y hojas con datos de la producción de pulque, información que se puede encontrar en diversos textos y en internet. Nos basta con acotar los lujos y caprichos de los pocos empresarios pulqueros señalados –aliados y beneficiarios del poder político de entonces- dueños absolutos de la tierra y la riqueza que de ella producía, porque la incipiente industria, que correspondía a otro estadio económico, estaba en manos de extranjeros; formaba parte del desarrollo económico de las potencias externas. Como en la Colonia.

Y sin embargo (…) se mueve…

En el norte del país, precisamente en Monterrey, capital del Estado de Nuevo León, un nuevo modo de producción, dentro del marco de la nación -propio- se manifiesta en ciernes; en ciernes, porque -como se ha dicho en páginas anteriores- el 80% de la población del país se ocupaba en tareas relacionadas con el campo. Esto es: las relaciones de producción o, como afirma Marx, lo que las expresa (las formas de propiedad) impedían el desarrollo de formas nuevas. Por añadidura, un porcentaje similar al arriba indicado se encontraba como mano de obra cautiva en las haciendas en calidad de peones acasillados; el modo de producción capitalista, que es el que comienza a mostrarse en ciernes en el norte de nuestro país, requiere de fuerza de trabajo libre capaz de comprarse –literalmente- mediante un salario.

Esta situación –ya lo hemos mencionado y reiterado- viene a resolverla la Revolución Mexicana de 1910 que libera la mano de obra de las haciendas, cumpliendo con lo que –volviendo a Marx- se conoce como “acumulación originaria del capital”. ¿Por qué “originaria”?, porque es el momento específico de la génesis del capital variable del modo de producción capitalista: la mano de obra asalariada; libre, no cautiva como ocurre en el esclavismo o el feudalismo (o el hacendismo, como lo llama Jesús Silva Herzog). Sin esta particularidad, el capitalismo no es factible.

Decíamos, cuando hicimos recuento de los intereses de cada grupo revolucionario según su procedencia y la posición de clase de sus promotores, que hubo varias revoluciones; así, también entre los caballeros del dinero, había diferencias abismales derivadas de las formas en que se creaba la riqueza en las distintas zonas del país. En el norte no existían las grandes haciendas que concentraran y sujetaran la mano de obra tal y como estaba instituido en el centro y sureste de México. También tiene su razón histórica: mientras que en Mesoamérica se concentraba, al momento de la conquista, la población indígena –hija de las grandes culturas precolombinas- que sirvió de alimento –en tanto fuerza de trabajo- para las labores agrícolas propias de un sistema económico basado en la tenencia de la tierra, en el norte no existieron grandes culturas que pudieran ser sojuzgadas para los mismos fines. Ello propició que el desarrollo económico buscara otros caminos.

Aquellas tierras fueron conquistadas por españoles, sus aliados tlaxcaltecas (enemigos acérrimos de los mexicas) e hildalgos criollos y sumadas a la Corona Española bajo el nombre de Nuevo Reino de León (que abarcaba la Provincia de Tejas; hoy, la mayor parte de Texas), Nueva Extremadura (hoy: parte de Texas, Nuevo León y Coahuila) y Nuevo Santander (hoy: Tamaulipas, otra parte de N. L. y Sur de Texas). Eran vastos territorios que requerían de mano de obra que los explotara; por tanto, primero la Corona y luego los gobiernos del México independiente permitieron la internación de colonos anglosajones –sobre todo en Tejas, que posee amplias planicies cultivables- que ya practicaban la agricultura como parte de procesos industriales a la manera de sus ascendientes (los ingleses); a saber, la industria textil desde perspectivas económicas ya insertas en el capitalismo. Posteriormente vino la anexión, por parte de los Estados Unidos, de territorios que pertenecían a México; allí ya se verificaba un modo de producción capitalista cojo, pues –como hemos referido- la mano de obra (la población negra) se hallaba cautiva, esclavizada, situación que vino a ser resuelta por la Guerra de Secesión, con el triunfo del norte industrializado.

[N.B.: Es menester mencionar que antes, durante y después de la Guerra de Secesión los campos sureños eran pródigos en el cultivo algodonero (cuyo producto fue bautizado con el nombre de oro blanco), idéntica actividad se desarrollaba ya en algunas partes del norte mexicano].

Así que, al sur de las nuevas fronteras, los señores del dinero –un nuevo tipo de empresarios- ya no veían su futuro en la renta o la explotación de la tierra, per se, para obtener productos para el consumo final -como sus camaradas del centro y del sureste de la República- sino como un eslabón en la cadena de la industria ya en franca identificación con el modo capitalista de producción. Para ellos, la forma de producir riqueza –aun la basada en la tierra-, ya sea por imitación, por asimilación o por ser subsidiaria, se encontraba más cercana a la de Estados Unidos. Y, en ciertas etapas de la historia, hubo un cierto sentimiento de separación política del resto del país: el gobernador de Nuevo León, Santiago Vidaurri, gran promotor de la economía en su estado, fue hostil al gobierno juarista; al grado que fraguó un complot en el cual don Benito estuvo en peligro de ser asesinado. Más tarde, Vidaurri, reconoció al Imperio de Maximiliano, lo que a la postre le costaría morir fusilado –de espaldas al pelotón- al no cumplir un ultimátum de rendición expedido por Porfirio Díaz a la caída del de Habsburgo.

Prosigamos con el episodio al que llamé “La Guerra entre el Pulque y la Cerveza”