Tuesday, March 25, 2008

Para entender la Historia de Hoy (Cap.16)

CONTRIBUCIÓN
AL ESTUDIO DEL HOY EN
LA HISTORIA DE MÉXICO.

(Parte XVI)

Por: Gabriel Castillo-Herrera.

En la entrega anterior habíamos aseverado que la Revolución se consolida durante el gobierno de Lázaro Cárdenas del Río. Ahora habrá que acercarse al porqué de tal afirmación. Habremos, también, de iniciar el cierre de los círculos que nos permitan explicarnos con mayor número de elementos –los narrativos y comentarios al margen, ya concatenados- el México de hoy.

En su oportunidad planteamos que para que México pudiera acceder a los nuevos tiempos, los vigentes al principio del siglo pasado, era menester cumplir con siete medidas; pero, como hemos visto a lo largo de esta serie de reflexiones, las condiciones para el desarrollo de una nación determinada no pueden explicarse por sí mismas, ya que forman parte de un contexto global; mucho menos en un periodo marcado por las disputas entre los países poderosos en ascenso en la fase imperialista del capitalismo como el que coincide con la Revolución Mexicana, la que –por tanto- devino antiimperialista. Y mucho menos en México, país atrasado en el que sus clases privilegiadas fueron herederas del pensamiento más retardatario porque sus legatarios europeos, españoles, así lo fueron. Mucho menos en México, país dominado militar, política y económicamente desde el exterior consecutivamente por España, Francia y Estados Unidos e Inglaterra. Mucho menos en México, el país más veces agredido, impunemente, por el imperialismo norteamericano en toda la historia mundial y al que este último debe –merced a los territorios que le arrebató al primero- gran parte de su riqueza actual (recordemos que en tales territorios abunda el petróleo, el oro y el uranio, así como tierras de cultivo; y, en otro aspecto, significaban poco más del doble de la extensión actual de México y hoy son algo menos de la tercera parte de la de Estados Unidos: Texas, California, Nuevo México, Arizona, Nevada, Utha, parte de Colorado y Wyoming). Hay algunos autores que afirman no se explicaría el poderío de este último país sin ese capítulo de la historia. Y, desde luego, si el gobierno de Porfirio Díaz no hubiera abierto sus puertas, indiscriminadamente, al capital norteamericano y al inglés, las potencias capitalistas más voraces y poderosas de entonces.

Veamos: entre finales del siglo XIX y principios del XX, el periodo que correspondió a Díaz, México constituyó el blanco principal del avasallamiento económico del imperialismo yanqui; la inversión total sumaba el 60% del total invertido en América Latina. La dictadura porfirista otorgó concesiones y privilegios excepcionales en nuevos latifundios, minas, ferrocarriles y petróleo. Por ejemplo: para la construcción de vías férreas, otorgó en gratuidad terrenos y subsidios en dinero ( de 6 a 10 mil pesos por kilómetro); para 1910, la red sumaba 15, 360 millas, de las cuales sólo 3 mil fueron construidas con capital de particulares mexicanos, el resto por extranjeros. Se entiende que la finalidad era facilitar el saqueo de los demás recursos y bienes obtenidos por el imperialismo rapaz en tierras mexicanas. Por aquellos años, la industria minera quedó casi toda en manos de compañías norteamericanas: les pertenecía el 90 % de las minas. En 1900, un empresario norteamericano de apellido Doheny compró 280,000 acres –a precio vil, 1 dólar por acre- y posteriormente adquirió –mediante despojo de tierras comunales favorecido por el gobierno de Díaz, quien usó a conveniencia de este inversionista, y otros que luego llegaron, las leyes que Juárez y la ilustre generación de liberales que le rodearon promulgaron para arrebatar el poderío económico al clero terrateniente- otros 150,000. Esas tierras, se había descubierto, eran ricos yacimientos petrolíferos, y a partir de ello se levantó el primer consorcio “mexicano” del hidrocarburo; se eximió a la compañía del pago de impuestos por un periodo de 10 años y se autorizó la importación de maquinaria y enseres para el efecto sin el correspondiente pago de aranceles. Luego llegaron nuevas empresas (Standard Oil, Half Refining, Sinclair Oil Groups), a las que se otorgó similares canongías. También arribaron las compañías inglesas (Royal Dutch and Sell), aunque antes de la Revolución el 85 % de las compañías petroleras eran norteamericanas. En 1909 se extrajeron cerca de 3 millones de barriles de crudo y, en 1911, 12.5 millones de barriles. El petróleo mexicano, ya refinado en el extranjero, inundaba el mundo; y desde luego, regresaba al país de origen. Negocio redondo.

[NB: la práctica de despojo de tierras comunales, pertenecientes principalmente a indígenas, fue una constante desde antes del arribo de las compañías: se verificaban a favor de la camarilla gobernante (los “Científicos”), de caudillos militares regionales incondicionales del régimen y familiares del presidente Díaz; así, el general Luis Terrazas, gobernador del estado de Chihuahua –de quien, en tono de broma, se decía que “…no era de Chihuahua, sino que Chihuahua era de Terrazas…”- y su yerno, Enrique Creel –por cierto, ascendiente de un recientemente frustrado aspirante a la candidatura a la presidencia (fue derrotado por Felipe Calderón) por el PAN y que actualmente es coordinador de la bancada de ese partido en el Senado- quien fue –aquél- ministro de relaciones exteriores. Y así, y de símiles formas legaloides se apadrinaron muchas otras riquezas, entre las que se pudiera contar la de la familia Madero, la del mismísimo jefe antirreeleccionista -a quien se le llama apóstol de la democracia-, familia de la que provienen otros políticos miembros del PAN en nuestros días. El asiduo lector de esta serie -amable y paciente- ya podrá ir dilucidando quiénes son y de dónde provienen los “ilustres” personajes del partido actualmente gobernante y que forman equipo con Poder Ejecutivo desde el año 2000].

Para 1910 operaban en México 32 bancos extranjeros, de los cuales los grupos financieros norteamericanos realizaban el mayor número de actividades: 64 % en ferrocarriles, 78 en la minería y 58 en la industria petrolera.

Es por ello que al estallido revolucionario Estados Unidos conspiró contra el gobierno de Madero, con las funestas consecuencias que ya relatamos; y por ello, también, las intervenciones militares en 1914 y 1916, no obstante que ya se había desatado la primera conflagración mundial, la primera gran guerra entre los países imperialistas por el reparto del mundo; o quizá por ello; aunque no prosperaron gracias a habilidosas maniobras diplomáticas de los mexicanos y que las potencias imperialistas se mostraban más interesadas por lo que estaba ocurriendo en Europa: la guerra imperialista y las revoluciones rusas de 1917, la segunda de las cuales acarrearía el surgimiento del primer Estado socialista inspirado en el marxismo. No era para menos: la sentencia del sabio alemán se concretaba: “…un fantasma recorre el mundo…”. Y ya lo recorría desde tiempo atrás; pero ahora tomaba la forma de Estado.

Mientras tanto, en México ocurría lo que en el capítulo anterior relatamos. Volvamos al punto.

Asentamos que a la muerte de Álvaro Obregón, Plutarco Elías Calles se convirtió en el Jefe Máximo, y que creó un partido unificador de todas las corrientes revolucionarias y –justo es decirlo- hasta de las contrarrevolucionarias a fin de pacificar un país en que se había hecho de la asonada una forma de vida. Al amparo de tal institución y con el pretexto de la pacificación y unidad a toda costa Calles devino cuasi Dios, a quien todas las fuerzas sociales y políticas debían consultar qué hacer hasta en las tareas nimias de gobierno. Y a su sombra se instalaron nuevos caciques con poderes omnímodos que dominaban sus cotos, ya fueran el sector obrero, agrario, empresarial, etc. Calles impuso en la presidencia a incondicionales, personajes a quienes la opinión pública bautizó como “presidentes nopalitos” (por lo baboso de ese cacto). Llegado el momento de una nueva sucesión (1934-1940), sugirió la candidatura de Lázaro Cárdenas, la que después quiso retirar; pero las fuerzas progresistas del partido terminaron por imponerse decidiendo a favor del joven general. Sin embargo, Plutarco Elías logró colocar a su gente en el nuevo gabinete.

Cabe señalar que si para los inicios de la revolución, el anarco sindicalismo era la guía ideológica de algunos grupos revolucionarios, en el periodo cardenista el socialismo impulsado por la Tercera Internacional era la influencia determinante en las nuevas generaciones revolucionarias.

Calles acusó a Cárdenas de estar favoreciendo a esos grupos tratando de volver la opinión pública (y desde luego, la de los empresarios nacionales y extranjeros) en contra del presidente, insinuando que era pro comunista.

El conflicto se agudiza. Don Lázaro destituye a todo el gabinete y lo reorganiza con gente de su entera confianza. Una noche se presentan en la residencia de Calles fuerzas militares con la orden presidencial de que saliera del país, suerte que corren líderes comprometidos con el Jefe Máximo, como Luis Nepomuceno Morones, secretario general de la central obrera oficialista CROM. Reorganiza el partido y lo rebautiza como PRM (Partido de la Revolución Mexicana).

Pero las conspiraciones se suceden. Mas las nuevas fuerzas se agrupan en torno del presidente. Forma una nueva central obrera, otra campesina. El ejército le da su aval, y en ese acto termina con una larga historia de levantamientos y golpes de Estado; tan larga, como la del país como nación independiente (sólo habrá una intentona, la que referiremos adelante).

En los párrafos precedentes expusimos la situación del país en relación a su sometimiento y dependencia frente a los capitales extranjeros. En especial de los consorcios petroleros. Mientras se beneficiaban de la rapaz explotación de los pozos mexicanos, pagaban sueldos misérrimos a los obreros. Uno de los derechos consignados en la Constitución de 1917 respaldaba el derecho de huelga, al que se acogieron los trabajadores. La petulancia y prepotencia de las compañías petroleras se obstinó en la negativa a aceptar el dictamen de una comisión gubernamental constituida para resolver el diferendo, comisión que determinó que las empresas sí estaban en posibilidad de incrementar los salarios demandados. Ante tal escenario, el presidente se vio obligado a decretar la expropiación de la industria petrolera y asumió la responsabilidad de ese acto histórico. Golpe al imperialismo. Pero el imperialismo tenía muchas formas de tratar de echar atrás las medidas decretadas: patrocinó un levantamiento –el último- para derrocar al presidente; un antiguo correligionario del presidente –el general Cedillo- se levantó en armas; pero fue derrotado y en el intento perdió la vida. También retiró a sus técnicos y obreros calificados. Y llevó a cabo embargos, boicots y bloqueos económicos.

Pero ya eran tiempos en que soplaban vientos de guerra, de la segunda gran guerra imperialista. Así que otras tareas tenían prioridad. México se salva de correr la misma suerte que tuvo –y sigue tendiendo- Cuba.

México supo asumir, con su presidente -el más grande después de Juárez- el compromiso de su decisión. Se trataba no sólo de rescatar para la nación –tal como lo avalaba la Constitución- los recursos del subsuelo, sino de rescatarse a sí misma como nación independiente.

La expropiación constituyó, en lo interno, la derrota de los sectores reaccionarios y entreguistas a los capitales extranjeros, (sectores que el día de hoy vuelven a hacerse del poder político). Y hacia lo externo, el cariz antiimperialista de la Revolución Mexicana.

Hay más: la expropiación se convierte en el motor disparador de toda la economía mexicana. El nuevo México se forja a partir de la industria petrolera nacionalizada: crea un mercado interno con raíces propias y, merced a la liberación de la mano de obra de las haciendas ocurrida con el estallido revolucionario –lo que constituyó lo que el marxismo llama acumulación originaria del capital- se forja –in situ- el capitalismo en México.

El acto trae como consecuencia la instauración de un capitalismo monopolista de Estado, lo que -a decir de Lenin (ver: La Catástrofe que nos Amenaza y Cómo Combatirla)- es la preparación más completa para el socialismo. No es casual; la naciente burguesía mexicana, heredera de los dineros y la mentalidad criolla (a la que hemos aludido a lo largo de estas reflexiones) hija del conquistador avasallador, acostumbrada a enriquecerse a partir de la renta, es incapaz de crear un capitalismo autóctono y deja la tarea en manos del Estado; crece a expensas de éste convirtiéndose en parasitaria, tal como continúa, con muy pocas excepciones, hasta la fecha.

Hay todavía más: se lleva a cabo la reforma agraria (anhelo de los revolucionarios del sur comandados por el ya fenecido Emiliano Zapata) a favor de la población históricamente más desfavorecida y explotada: la indígena, la que empieza a nombrarlo “Tata Lázaro” (Papá Lázaro).

También se nacionalizaron los ferrocarriles.
Una de las tareas prioritarias de la revolución era la educación de las masas; la educación básica, pues la inmensa mayoría de los nacionales era analfabeta. La tarea fue iniciada durante el periodo obregonista; pero Cárdenas la acelera cabo llevando a los profesores hasta los rincones más recónditos de la República implementando programas basados en el profesorado rural, no sin el descontento y oposición de los sectores más reaccionarios –entre ellos la Iglesia- que atentan contra la integridad física de los mentores y tilda a la educación como enemiga d las buenas costumbres, la religión y favorecedora del pensamiento comunista. De otra parte, el exilio de los españoles republicanos perseguidos por el franquismo encuentra acogida en México. Los centros de educación superior se ven beneficiados por esa pléyade de prohombres que hacen del país que los recibe su segunda patria. Igual que aquellos jesuitas españoles que antaño forjaron el pensamiento humanista y liberal en lo más granado de los independentistas y reformistas, esta nueva intelectualidad forja una nueva generación de brillantes mexicanos.

Así se consolida la Revolución Mexicana.



Thursday, March 20, 2008

Para entender la historia de hoy (Parte 15)

CONTRIBUCIÓN
AL ESTUDIO DEL HOY EN
LA HISTORIA DE MÉXICO.

(Parte XV)

Por: Gabriel Castullo-Herrera.

En el año 2000 un sector de la sociedad mexicana se engañó creyendo que México, finalmente, había logrado el gran avance histórico al expulsar al PRI de la Presidencia de la República mediante elecciones –justo es decirlo- impecables, gracias a que recién se había conseguido retirar los procesos electorales del tutelaje gubernamental merced a la creación del Instituto Federal Electoral (IFE), un organismo ciudadano imparcial (en sus orígenes). El PAN pudo alcanzar la presidencia con su abanderado: Vicente Fox, un ranchero venido a menos y empresario poco exitoso que al final de su mandato –dicho sea de paso- se convirtió en millonario. Misterios de la vida.

Por fin, se afirmaba entonces, el país había accedido a la democracia plena. El nuevo gobierno se jactaba de ello y cayó en ridículos excesos publicitarios: los medios de comunicación difundían spots –diseñados desde las instancias de la administración pública- en los que se canturreaba; “¡Gracias, Vicente Fox, por la democracia!”

Lo anterior constituye sólo una referencia con el fin de equipararla al momento en que Francisco I. Madero echó a Porfirio Díaz del poder en 1911. Con sus debidas diferencias: la llegada de Madero a la presidencia fue preludio de una tragedia (que a la postre le cegó la vida), en tanto que, la de Fox, el de una comedia bufa.

Por su condición de clase, Madero no supo más que conformarse con echar al anciano dictador y con el espejismo de la democracia; pero cerró los ojos a los problemas torales –que ya hemos mencionado- y, como se dice por ahí, “en el pecado llevó la penitencia”.

Anteriormente señalamos 7 puntos que resultaba necesario resolver para transformar el país. Tales tareas fueron las que correspondería a la Revolución Mexicana llevar a cabo. No sin vaivenes: entre avances y retrocesos; sin embargo, exitosa.

Sin embargo, hoy existen corrientes de pensamiento (es un eufemismo) que tratan de devaluar los logros de aquélla. Son las mismas mentes inmovilistas a las que nos referimos al comentar el periodo juarista; mentes ancladas en un pasado cuya simiente, seca, insisten en abonar en el presente. Mentalidad criolla educada (también es un eufemismo) en un idealismo ramplón, en un catolicismo convenenciero que cultiva los ritos y desecha el trasfondo cristiano; en la misericordiosa costumbre del limosnero (en rigor, lo es quien la da, no quien la recibe); en la dádiva, a través de los patronatos, como medio de “solucionar” la pobreza; en la creencia de que la verdadera fuente de riqueza se encuentra en la concentración de la tierra en pocas manos; en que la forma “justa” de apropiación de aquélla es la renta; en que hay gente inmensamente rica e inmensamente pobre porque así hizo Dios al mundo. Mentalidad criolla –que describimos en el apartado de la Colonia- que la Revolución se afanó en destruir; pero que hoy, con los gobiernos de 25 años a la fecha, está resurgiendo.

Volvamos al aspecto narrativo.
México, aún habiendo perdido la mitad de su territorio a manos de los Estados Unidos, cuenta con un territorio extenso con una diversidad de culturas, formas de desarrollo, origen y costumbres de sus pobladores. Fue por ello que al derrocamiento de la dictadura porfirista y la posterior caída del nuevo régimen maderista la revolución tomó diversos rumbos: existían varios intereses. Y multitud de asuntos pendientes, entre ellos el de más peso por su importancia -dada la dimensión de la población que dependía de esa rama económica- y el luengo tiempo de espera por la solución: el reparto de la tierra. Pero, además, la construcción de un México situado en el solar del presente. Inventarlo, porque el viejo liberalismo, el del siglo anterior, ya no daba soluciones.

En 1914, Victoriano Huerta abandonó el país. Venustiano Carranza se convirtió en el Primer Jefe de la revolución; en ese carácter dispuso lo que Madero no hizo: destruyó el aparato militar porfirista e hizo ver que sólo unidas las diversas facciones asegurarían el triunfo definitivo de las fuerzas renovadoras sobre los escombros del viejo régimen. Se instituyó un nuevo congreso, en el cual tampoco participaban los emisarios del porfirismo, con miras a la creación de una nueva constitución. El Rey Viejo, como lo nombra el escritor mexicano Fernando Benítez en obra homónima, pretendía asirse del poder político, a lo que las convenciones de la Ciudad de México y de Aguascalientes se opusieron nombrando un gobierno de la República en el cual Carranza no figuraba. Luego de un corto periodo, vaivén entre luchas y calma chicha, el Barón de Cuatro Ciénegas fue elegido presidente y durante su periodo se promulgó la nueva constitución (1917). Una ley fundamental que regulaba la tenencia de la tierra y la entregaba en manos de quien la trabajaba, que depositaba en manos de la nación las riquezas del subsuelo, que protegía los derechos de los trabajadores fabriles y mineros, que retiraba fueros a la milicia y al clero, y ponía en manos del Estado la educación, entre otras muchas demandas sociales –para su tiempo- visionarias, pues legislaba sobre temas que correspondían a una sociedad cuyo status México aún no alcanzaba en el terreno de lo concreto.

Sin embargo, Carranza comenzó a dar visos de no querer abandonar el poder o dejar en éste a un personero, lo que acarreó nuevas disputas entre los hombres de la revolución; los afines y los no afines. Ante ello, huyó de la capital con destino a Veracruz, pero en el trayecto se enteró que el gobernador de ese estado no lo apoyaría, por lo que interrumpió el viaje y sufrió una celada en la que perdió la vida a manos de antiguos correligionarios.

El siempre insurrecto Zapata, líder de la revolución agrarista suriana, había muerto años antes víctima de engaño fraguado por el general carrancista Pablo González.

Llega el año de 1920. Al nuevo hombre fuerte y genio militar de la revolución, Álvaro Obregón, correspondió llevar a efecto las tareas para consolidar la revolución desde la presidencia de la República: convertir al Estado mexicano no en un vigilante del proceso social, sino ser su promotor. Supo atraer hacia sí a los depositarios del zapatismo y a los líderes laborales (lo que a la larga sería uno de los lastres del movimiento obrero).

Para el siguiente periodo, que inició en 1924, es electo presidente Plutarco Elías Calles, a quien corresponde enfrentar el intento del clero por doblegar al poder político: La llamada Guerra Cristera. Ésta no es sino la respuesta de las tiaras y las sotanas ante un movimiento social que a fin de cuentas le hizo comprender que los poderes económico y político perdidos desde la Reforma juarista no les serían regresados; la nueva constitución consignaba que la educación debía ser impartida desde el Estado y debería ser laica y gratuita; había más: el viejo diferendo por el Patronato: Calles sugirió la instauración de una iglesia alejada de Roma. La clerecía azuzó a la masa católica que se levantó en armas –al grito “¡Viva Cristo Rey!”- contra el gobierno.

[NB: Cabe señalar que unas de las últimas beatificaciones y canonizaciones que Juan Pablo II otorgó en el ocaso de su vida estuvieron dirigidas hacia personajes -¿acaso instigadores?-, clérigos y seglares, cercanos a la insurrección].

Los cristeros fueron derrotados militarmente; pero su influencia ideológica –el sinarquismo, una especie de fascismo autóctono- se mantuvo vigente, hasta muy bien entrado el siglo pasado, arropada por asociaciones de tipo religioso pero de carácter violento: enemigos a muerte del laicismo y el ateísmo, y anticomunistas furibundos que actuaban desde lo clandestino contra todo movimiento social, campesino, laboral y estudiantil; contra todo lo que pudiera amenazar el statu quo, que consideran voluntad divina. Hoy uno de los grupos que recibieron tal legado –el Yunque- forma una de las corrientes del PAN, el partido de quien ejerce la primera magistratura en México: Felipe Calderón.

Obregón pretendió reelegirse y lo logró; pero no alcanzó a tomar posesión: un complot de beatos cegó su vida.

A partir de entonces, Plutarco Elías Calles se convirtió en el “Jefe Máximo”; continuó ejerciendo el poder real poniendo y quitando presidentes a su conveniencia amparado en la creación de un partido político que aglutinaba a los diversos sectores económicos que actuaban en la sociedad mexicana: el Partido Nacional Revolucionario (PNR). Así, se pretendía dar fin a las largas disputas que dominaban el escenario nacional desde la guerra de independencia. Se institucionalizaba la revolución para acabar con más de cien años de luchas intestinas (1810 – 1929).

El partido abrazaba a los sectores campesino, obrero y organizaciones que dio en llamárseles “populares” (pequeños comerciantes, profesionistas y otros). Además, se conformaba bajo un cariz unificador, pues daba alojo a los diversos grupos revolucionarios otrora en pugnas militares, políticas e ideológicas (con excepción del clero). Ello parecería una medida acertada, y en su momento lo fue; pero he aquí la otra cara de la moneda: entronó a una elite de liderzuelos emanados de las oscuras masas que repentinamente se vieron dueños de un poder inmenso; igual que a la vieja usanza. En muchos sitios de este escrito hemos aseverado que origen y herencia son destino, no sólo en lo individual sino en lo social; la institución del cacicazgo anidó en el nuevo partido y en la nueva vida nacional para incubar nuevas formas de corrupción y tráfico de influencias. Y, sin embargo, ahí convivieron con lo más avanzado del pensamiento y acción de los grandes hombres que la revolución engendró.
También dijimos que los tres grandes pilares que sostenían las instancias de poder en la Colonia fueron el jurídico, el militar y el clerical. Ninguno de los jefes revolucionarios estaba comprometido –y mucho menos pertenecía- a tales dominios. Todos fueron civiles; pero, como mencionamos al principio de este capítulo, representaban distintos intereses y partían de grupos sociales –clases- distintas.

La Revolución Mexicana contenía varias revoluciones porque sus promotores y actores tenían orígenes e ideales diversos.

Madero, Carranza, Obregón y Calles provenían del norte del país; una zona donde la ganadería y agricultura eran prósperas; el cultivo del algodón estaba de alguna manera inserto en el proceso económico de Norteamérica, al igual que la minería, que en algunos casos le pertenecía a la potencia vecina.

Madero representaba al terrateniente, más o menos educado, cansado de un gobierno dictatorial; su visión no iba más allá de la instauración de un gobierno “democrático” (tal como su descendencia –con membresía en el PAN- lo hizo en el año 2000, con la derrota electoral del PRI).

Carranza, hombre de posición económica desahogada, gobernador de su natal Coahuila ya en el ocaso porfirista; quizá el hombre que tenía más claro el camino que debía seguir la lucha: una revolución burguesa, como necesidad, desde el punto de vista histórico y filosófico.

Obregón y Calles. El primero, de ascendencia irlandesa e ingeniero; el segundo, maestro de escuela. Ambos representaban a la revolución que requerían las clases medias emergentes. El primero con un talento empírico en tácticas militares. El segundo, políticas.

La revolución de los depauperados y de los desheredados de la tierra partió de dos sitios: del norte, Francisco Villa, antiguo salteador; y del sur -una de las zonas que aún mantiene los niveles de vida más bajos y más altos de explotación en la geografía mexicana- Emiliano Zapata, ranchero y caballerango de personajes del porfirismo, quien estuvo asesorado por profesores e intelectuales forjados en el anarco sindicalismo, e ligado íntimamente a los peones acasillados de las haciendas.

Todas esas vertientes y otros poderes fácticos, económicos y militares ávidos de poder, mismo que ya para entonces era difícil tomarlo con las armas, conformaron el PNR.

Nos faltaría mencionar al hombre que vino a consolidar la Revolución Mexicana el final de la cuarta década del siglo pasado -en los albores de la segunda gran guerra entre las grandes potencias capitalistas que repercutió en todo el mundo-: Lázaro Cárdenas del Río.

Pero ello será materia de la siguiente entrega.