Tuesday, September 11, 2007

Para entender el México de Hoy (Parte 3)

CONTRIBUCIÓN AL
ESTUDIO DEL HOY EN
LA HISTORIA DE MÉXICO.

(PARTE III)

Por: Gabriel Castillo-Herrera.


A fines de enero de 1979 vino a México Juan Pablo II. Fue recibido en calidad de visitante distinguido, puesto que no existían relaciones diplomáticas con el Vaticano, por José López Portillo. Se cuidó de guardar la prudente, y coherente, distancia entre un Estado laico con el máximo representante de una institución religiosa cuya fe es practicada por la inmensa mayoría de los pobladores del nuestro país.

De ahí en delante, las visitas se sucedieron hasta completar cinco en el 2002, ya reestablecidas las relaciones diplomáticas gracias al presidente ex maoísta: Carlos Salinas de Gortari.

Karol Wojtyla fue un hombre muy culto; no ignoraba que en México la separación Estado – Iglesia cobró una cuota de sangre altísima desde la Reforma y que ésta respondió a la fuerte influencia del clero en asuntos políticos y económicos desde la Colonia. Tampoco ignoraba que hubo una guerra: la Cristera. De hecho, bajo su mandato se canonizó a un obispo ligado a ese tipo de movimientos.

[N.B.: No se debe olvidar que, como muestra de esa posición de privilegio, a la consumación de la Independencia quedó establecido que la religión de Estado –para protegerse de lo que sucedió en los viejos Estados europeos con la reforma luterana- sería la católica, lo cual quedó simbolizado en el color blanco de la enseña nacional].

De manera que, para desdoro de los entusiastas partidarios de la idea de que aquel papa se sentía tan mexicano como polaco, el hecho de que México haya sido un país tan visitado por él –desde la perspectiva de quien esto escribe- obedeció más a razones políticas que de propagación de la fe católica.

Es claro que su trabajo fructificó: en una nación donde la separación Iglesia – Estado está consignada en las leyes fundamentales del país, los dos últimos mandatarios, de extracción panista, de ideario político conservador, no muestran ningún recato para manifestarse abiertamente católicos e inclinarse ante sendos papas. Por otra parte, los cardenales y obispos mexicanos no muestran ni un asomo de decoro al externar opiniones sobre asuntos políticos. La Teología de la Liberación –la del compromiso con los desposeídos- es hoy despreciada, con lo que se patentiza la permanente división en el seno mismo de la Iglesia: las altas jerarquías contra el clero secular que convive con los olvidados de la tierra; las divergencias entre los abad y queipo contra los hidalgo continúan mostrándose hoy en día.

Las herencias materiales e ideológicas (que responden a sucesos de índole material, desde luego) pesan más que la erudición; lo que se debe tener presente en el análisis histórico. El ser humano, desde el punto de vista ideológico, no puede plantearse nada diferente a lo que su condición de clase y tradiciones le permiten salvo en casos excepcionales. Así se explica, tomando el caso de los arriba mencionados, que el ilustradísimo Manuel Abad y Queipo que conocía como pocos la realidad e injusticia que pesaba sobre la población mayoritaria de la Nueva España, e incluso la condenaba, haya excomulgado a Hidalgo para entregarlo a los lobos. Consecuentemente, así se explica que Carlos Salinas –que junto con su hermano Raúl auspició la formación de brigadas para preparar grupos que hicieran frente a caciques-, educado en el marxismo y con ligas familiares con Elí de Gortari, teórico marxista, haya sido capaz de derruir uno de los bastiones de la Revolución Mexicana: el Artículo 27 constitucional y de debilitar otro principio emanado de la Reforma: el laicismo representado por la separación Estado – Iglesia, al reestablecer relaciones diplomáticas con el Vaticano. Así, también, podrá explicarse que López Portillo, un hombre culto y de convicciones progresistas (a la luz de lo que hoy es la Banca en México, y del FOBAPROA, sería necio negar que la nacionalización de la Banca fue una medida acertada) haya mostrado disimulo ante un régimen de corrupción; su ascendencia, también de vasta cultura, estuvo afincada en el porfiriato.

Herencia es destino. Hasta que se rompen esquemas, lo cual, desde la individualidad, no es frecuente ni generalizado porque hay resistencias fincadas en ellos mismos: forman parte de su ser y su pensar.

Pero si en los individuos herencia es destino, en el conglomerado social el destino perdura sólo hasta que la terca realidad da cuenta, aun con resistencia, de las herencias: la eterna lucha entre lo anacrónico y lo nuevo se resuelve siempre a favor de éste último. Es la revolución.
[NB: Notará el lector la “facilidad” con que este autor pasa de hechos actuales a un pasado remoto y de un lejano sitio histórico a otro cercano. Y viceversa. Ello no responde a una suerte de ligereza o desorden narrativo sino a la consciente intencionalidad de mostrar la dialéctica de lo concreto: “Lo concreto es concreto porque es la suma de determinaciones”, dice Marx. Mas lo concreto se encuentra inmerso en la suma de determinaciones que se mueven tras las categorías de tiempo y espacio. Así que esa aparente anarquía relatora y analítica es, más bien, orden metodológico: encontrar la etiología del hoy histórico].

La perpetuidad de herencias y destinos está cimentada sobre uno de los dos grandes polos en que se encuentra contenido todo el pensamiento filosófico: el Idealismo, bajo diversos nombres, formas y apariencias; pero, en esencia, parten del mismo origen: la preeminencia de lo supramundano sobre el mundo tangible. Para estas escuelas filosóficas el mundo real es tan sólo un reflejo imperfecto de un inmenso conjunto de Ideas (así, con mayúscula, para diferenciarlas de las que salen de la cabeza del Hombre) eternas y, por tanto, inamovibles que son el modelo del que se desprende el ámbito de las cosas materiales. La Idea suprema, desde luego y por antonomasia, es Dios (todos y cada uno de los dioses de cada cultura, puesto que, como escuela filosófica, el Idealismo formal y propiamente dicho, es posterior al Dios del catolicismo). De ahí que el mundo real, para esa forma de pensamiento, no sea susceptible de cambiar más que en estrechos márgenes (en forma, pero no en contenido; en apariencia, pero no en esencia) pues no puede aspirar a equipararse con la Idea, con el modelo (de otra suerte perdería su calidad de Idea). Ello constituye el asidero del clero, el poder absolutista y el conservadurismo para mantener el poder; y ello los hermana en la lucha contra quienes desean los cambios. “Orden” y “el imperio de la Ley”, para ellos, es que el mundo permanezca estático, sin cambio; porque así debe ser. No convenir en ello es apostasía, rebelión y delito. (Por ejemplo: el “orden” calderonista impuesto contra la APPO en Oaxaca).

Lo anterior no implica que quienes detentan el poder político en la actualidad posean un conocimiento filosófico, idealista, amplio; quizá, algunos, no sepan ni qué es Filosofía. Insisto: son formas de pensamiento derivadas de sus orígenes de clase, las que han recibido como herencia cultural de la que ni siquiera son conscientes. Un ejemplo, siempre a mano, es la forma en que se adquieren las costumbres y creencias religiosas (cualquiera): se aprenden (y se aprehenden) al parejo del lenguaje y aún antes de las primeras letras; aun antes de que se asuma cierta forma de discernimiento crítico (si es que alguna vez en la vida ello ocurre). Es por ello que se practican, por lo general, hasta la muerte. Lo mismo sucede con las demás instancias de carácter ideológico. Lo único que poseemos para desprendernos de ellas es someterlas a una crítica despiadada para descubrir la verdad, lo que es el fin último del conocimiento científico. Y con ello llegamos a otro punto toral de la Filosofía: ¿es asequible al ser humano el conocimiento de la verdad? Comúnmente se dice que cada quien tiene su verdad; no, la verdad es sólo una, pero está sujeta a ciertos límites de Tiempo y Espacio: la mente humana no puede plantearse más allá de lo que los conocimientos previos le permiten. No puede plantearse más de lo que puede. Volveremos más tarde sobre el particular.

Pero, retornando al párrafo que precede al anterior, la Historia nos muestra que la inmovilidad… ¡se mueve! (discúlpeseme el contrasentido). El creer, nada puede contra el saber.

El otro gran campo de la Filosofía, también con diferentes escuelas, nombres y matices, es el Materialismo. La concepción central, en oposición al Idealismo, es la preeminencia del mundo material, el tangible, el terrenal, sobre el de las ideas (aquí con minúscula, ya que la Idea, con mayúscula, adquiere sentido sólo como conceptuación, como ente surgido de la cabeza del Hombre). Por tanto, si no hay Ideas eternas, el mundo se puede cambiar. Si no hay Ideas (con mayúscula), no hay Dios. O sí, pero en vez de ser creador, resulta ser creado por el cerebro humano.

[NB: Desde luego que han existido un sinnúmero de escuelas que oscilan entre ambos campos antagónicos, o enfoques desprendidos de uno y otro; sin embargo, aquéllas son las más significativas en la historia humana y, por tanto, para nuestro estudio. Sin embargo, en varios puntos tendremos que tocarlos para explicarnos la cercana relación, en diversos episodios históricos, del bajo clero con las causas de los oprimidos en función de una interpretación más apegada al cristianismo original].

Ahora, regresemos a tiempos de la Colonia.

Decíamos que a la Nueva España arribó el clero más anacrónico. Ante la falta de una fuerza opositora su dominio abarcó todos los resquicios de la vida social, política económica y el ámbito de lo cotidiano. Todo giraba en torno de la religión y la Iglesia.

(CONTINUARÁ).

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