Friday, July 06, 2007

¿Quienes son lo enemigos del pueblo?

¿QUIÉNES SON LOS ENEMIGOS DEL PUEBLO?

Por: Gabriel Castillo-Herrera.

En este nuevo siglo que fue gestándose desde 1988 a 2001 se crearon una serie de condiciones que, según las buenas conciencias, auguraban el arribo a un nuevo paradigma: un mundo cimentado en la armonía, cuyos garantes serían la multipolaridad, el fin de las ideologías, la paz perpetua, la democracia, la salud, el fun fun fun del “sueño americano” y hasta el reino amor.

Sin embargo, al igual que en el siglo pasado, pronto se notó que no habían sido sino unos dulces e inocentes deseos tal si fueran los que cada fin de año, y principio del otro, tienen lugar en cada espacio familiar y personal al calor de las copas de sidra (o champagne, según presupuestos disponibles) y las 12 uvas. Y al igual que en este cotidiano ejercicio anual, la resaca se encargó de volver al mundo a la cruda realidad de ese entonces. La Belle Epoque fue truncada por las revoluciones (la mexicana, la china y la rusa) y por el espanto de la Primera Guerra Mundial.

En el Siglo XXI, los acontecimientos que se sucedieron desde la caída del Muro de Berlín hasta antes de la de Las Torres Gemelas, a los ojos del común mortal, parecían halagüeños. Pero llegó, puntual, la “cruda” del nuevo siglo. La multipolaridad se convirtió en unipolaridad salvaje; las ideologías fueron sustituidas por idiotogías; la paloma de la paz fue desplumada en la ONU y ahorcada en Palestina, Afganistán e Irak; la democracia mostró su verdadero rostro: la plutocracia; la salud se tornó en drogas sintéticas, el sueño se convirtió en pesadilla cotidiana; y el amor en odio al prójimo.

México no escapó a tal situación. El periodo que va del fraude electoral de 1988 a la pantomima de periodo electorero de 2006 estuvo definido por un fortalecimiento de la izquierda. El PRD, cual si fuera un ente biológico, nació, creció y se reprodujo. ¿Cuándo será el tiempo de su muerte? Según parece, el partido se encuentra hecho un vejete achacoso y enfermo; víctima del virus del sectarismo, fuera del alcance de la vacuna de la teoría revolucionaria de izquierda y, muchos de sus órganos internos, luchando por asirse a la praxis de atraer vitamina$ provenientes del Hospital IFE para que no sufra de osteoporosis el sistema -la tribu- a que pertenecen.

“Teoría: ¿pa’ qué os quiero?” Así, muchos de los tribales que se autoproclamaban “comunistas”, hoy semejan ser consumistas; los “stalinistas”, starbuckistas; los “leninistas”, elitistas; los “trotzquistas” y “foquistas”, foxistas; los “marxistas”, martistas. ¿De izquierda?, no; de mier... coles.

La importancia de los aspectos teóricos radica en que son elementos que nos acercan a la certidumbre, a la verdad, la que es una, como directriz de la práctica política. El sectarismo ideologizado –o peor, como es el caso de las tribus sin más ideología que “el hueso” dentro del PRD- no sirve para maldita la cosa a un partido que –se supone- es de izquierda. El papel de la izquierda es la lucha contra los privilegios de una minoría que detenta el poder; lo que hacen las tribus es exactamente lo contrario: luchar, dentro del partido, por allegarse de canonjías.

¿Quiénes son los enemigos del pueblo?

Aquí es donde adquiere relevancia la formación y desarrollo de la Convención Nacional Democrática que ya se vislumbra como un partido propiamente dicho. Un partido que nace desde abajo, no desde las elites políticas que se tildan “de izquierda”, lo que sólo ellos creen, sin darse cuenta que no son sino una reproducción a destiempo, anacrónica, de los cacicazgos políticos creados por el PRI y que predominaron en la sociedad mexicana durante casi todo el siglo pasado y que se sostuvieron mediante los compadrazgos, el apadrinamiento y la corrupción.

Esos cacicazgos insertos en el Partido de la Revolución Democrática ni son democráticos; ni mucho menos, muchísimo menos, revolucionarios. La revolución, lo he dicho cientos de veces (y adquiere status de verdad no porque yo lo diga, sino porque así es en el mundo de lo concreto), es el triunfo de lo nuevo sobre la resistencia de lo anacrónico, sobre las viejas prácticas y costumbres que se empeñan en seguir vivas aunque se encuentren al borde de la muerte.

Las sectas son, desde la perspectiva anterior, contrarias a la revolución, quieren perpetuar los sistemas de privilegio porque no conocen otra cosa. No tienen cultura política de izquierda; han crecido al amparo de “la organización de masas” que los sostiene en sus liderazgos; pero sin un sustento teórico (igual que el PRI lo hizo durante décadas creando la CNC, la CNOP y la CTM). Cito un ejemplo: una connotada ex dirigente, hoy en desgracia, del partido afirmó en una entrevista que se había forjado en el marxismo; pero más tarde dejó claro que creía en Dios. Eso no deja ver más que es marxista “de oído”, pues es de sobra entendido que el marxismo está cimentado sobre el materialismo dialéctico, y uno de los pilares sobre los que se levanta toda la teoría es la afirmación de que Dios es producto de la cabeza del Hombre, que está hecho a imagen y semejanza del Hombre y no al revés, como pregona el idealismo (para el cual el mundo es como es porque tan sólo es un reflejo de una idea suprema, por lo que no caben las revoluciones, por ejemplo) y, por ende, la Iglesia. ¿De dónde es, pues, “marxista”? Igual las tribus: ¿de dónde son, pues, “revolucionarias”?

A otra cosa.

La Convención Nacional Democrática promete ser el ente donde se acrisole un verdadero frente popular, que asegure acabar con los privilegios de grupo, en beneficio de las mayorías que pueblan nuestro país. Y éstas lo saben; o por lo menos lo intuyen.

El pasado primero de julio los periodistas y analistas políticos lacayos recibieron una bofetada; estaban muy convencidos de que el lopezobradorismo había desaparecido de la faz de la Tierra. Ciegos, por ignorancia y conveniencia, ante las condiciones que privan en el país (se obligan a creer que viven en un país del primer mundo), no alcanzan a comprender que López Obrador no es sino la cara de un movimiento popular amplísimo como jamás lo había visto México en toda su historia. Ciego el señor que despacha en Los Pinos que cree que con un festejo en la sede del partido que lo postuló, y que ahora le mete zancadillas, responde con éxito a otro que se llevó a cabo el día anterior con el Zócalo lleno. Pero, por desventura, más ciegos los líderes de las tribus perredistas que parecen dar más importancia a sus intereses sectarios, en perjuicio del partido, por la oferta de “huesos” en Zacatecas y Michoacán, en vez de ocuparse en trabajar en pro de la Convención. Allá ellos: no hay más ceguera que la de quien no quiere ver. No hay peor ignorancia que la de quien no se esfuerza por estudiar el mundo de la realidad para entenderla. Eso los ha convertido, sin remedio, en saboteadores de los posibles avances sociales y políticos. Saboteadores de la revolución en el sentido que arriba expuse.

¿Quiénes son los enemigos del pueblo? Esos saboteadores con careta de “revolucionarios” y “democráticos” que no hicieron presencia en el Zócalo o que partieron de otro punto para no hacerlo junto con López Obrador.

La Convención, la gente, los está rebasando porque representan al pasado; a una “izquierda” decrépita que hace tiempo dejó de tener razón de ser. Una docta en la “grilla” e ignorante de la teoría política de izquierda. O, como alguna vez sentenció mi hermano, “ignorantes a secas”.



Correo: arbolperenne@yahoo.com.mx

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