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ACERCA DE LA DESPENALIZACIÓN DEL ABORTO.
Por: Gabriel Castillo-Herrera.
No voy a referirme aquí a la muy particular y conciente decisión de cada pareja (o persona) de sujetarse a un aborto; al fin y al cabo, ello pertenece al fuero interno. Sí, en cambio, al carácter social que tal legislación implica.
Las instancias que se oponen a tal medida –entre ellas, la jerarquía eclesiástica y el partido en el poder federal- deforman su esencia: pretenden hacer creer que las modificaciones al Código Penal promueven el aborto. No es así. Todos –menos la hipocresía confesional- sabemos que la interrupción del embarazo por medios quirúrgicos y otros que no lo son se han practicado aun con prohibición legal y condena de la Iglesia desde el principio de los tiempos. Más aún: seguirán practicándose independientemente de que el Jefe de Gobierno del Distrito Federal decidiera echar mano de su derecho de veto sobre el particular, lo cual es bastante improbable, y más allá de la amenaza de excomunión y la condena papal.
Otro argumento del que los opositores echan mano es el que llaman “derecho a la vida”. Ello ha dado lugar a múltiples polémicas –de tipos legal y biológica- acerca del momento en que puede considerarse que hay vida. En lo particular, se me antoja considerar que la discusión es más de carácter legal que biológica; pues, ¿quién podría negar –desde un punto de vista estrictamente científico- que el espermatozoide o el óvulo tienen vida? Partiendo de ahí, ¿no tendrían, los señores panistas, que manifestarse por la penalización de la masturbación masculina (como la historia bíblica condena a Onán) y, más, de la menstruación? Lo desmenuzo: con ambas circunstancias se le estaría negando, desde aquella perspectiva y yendo al extremo, “el derecho a la vida” a potenciales nuevos seres. ¿No es así?
Pero el asunto se complica, aún más, al llegar al sitio de querer explicar qué es la vida desde un punto de vista universal; humano, mejor dicho, humanista. La vida, aquí, no sólo es poseer funciones vitales, lo que nos hace tener necesidades en sentido estricto; es satisfacer éstas, como requerimiento mínimo, para desarrollar todas las capacidades y potencialidades materiales, intelectuales y espirituales que sólo al Hombre le son dadas en exclusividad por sobre de todo el Reino Animal.
La ley aprobada, desde luego, tampoco pretende tan altos fines (el ámbito para que ello sea posible no es de carácter legal, sino de desarrollo económico y cultural); sino favorecer que concurran las condiciones básicas –en lo concerniente al aspecto, exclusivamente, legislativo- para que lo descrito en el párrafo anterior pudiera suceder: que los niños nazcan en un ambiente que, en lo axiomático, lo propicie: que sean deseados. Repito: favorecer, tan sólo favorecer; porque, a estas alturas de la Historia, algo se tiene que hacer.
A las jerarquías eclesiásticas les conviene tener “rebaños del Señor” –resentidos sociales y/o culpables, que abundan entre los hijos no deseados- para llenar sus iglesias y sus cielos; pero es obvio que tales características fomentan el abandono físico, afectivo y emocional por parte de sus padres; y, en esos niños, el enojo contra la vida, cuando no la miseria y la ignorancia; y, en extremo, constituye un factor de desestabilización social, así como de violencia. ¿Cerrar los ojos ante ello es “estar por la vida”?
Y, sobre todo: ¿es manifestación de “estar por la vida” que un imbécil grite, amenazante, ante el Legislativo local que “¡Esto es una lucha; y es una lucha a muerte!”?
En otro enfoque, ¿con qué calidad moral se erigen como jueces personajes como Serrano Limón –inmiscuido en asuntos de corrupción- y el propio cardenal Riqueza Cabrera –sospechoso de proteger a un eclesiástico pederasta- quienes, además, están incitando a desobedecer la ley? Dados los antecedentes históricos de la relación de la Iglesia / Estado, esta circunstancia resulta ser muy peligrosa; no se puede dejar de considerar que en México ha habido derramamientos de sangre (el periodo juarista y la Guerra Cristera) promovidos desde las instancias religiosas. Y el rijoso cardenalito no las ignora; ¿qué pretende? No se engañe, estimado lector: logros de tipo político (y el sacristán que despacha en la Secretaría de Gobernación no es capaz de poner un hasta aquí).
Uno y otro apelan a la sensiblería del pueblo; hablan de que “se está negando la vida a un bello ser”. ¿Les parecen “bellos seres” esos infelices muchachos que deambulan sin rumbo arrastrando su miseria, adormecida por las drogas, por haber sido lanzados al mundo por la irresponsabilidad, la ignorancia y el abandono físico y moral de sus padres? ¿O los que se ven obligados a delinquir como medio de subsistencia? ¿O los que son objeto de explotación laboral porque sus padres no tienen forma de darles el sustento? Más: ¿a eso llaman “vida” estos sacrosantos barones de la hipocresía? En un mundo como el actual: ¿cuál será el destino de cientos (acaso miles) de infantes que no saben leer ni escribir porque en vez de ir a la escuela tienen que ganarse los medios de supervivencia (que no de vida)?
Se puede estar a favor o en contra del aborto, eso es cuestión de índole personal; pero no se puede perder de vista que el costo social de traer al mundo hijos no deseados, por ignorancia, irresponsabilidad o mediante la violencia sexual, es altísimo. Y algo se tiene que hacer. No hay nada peor que la inmovilidad. La despenalización es un principio.
Por otra parte, la relación de un feto con su madre, aún a las 12 semanas de gestación, es simbiótica; esto es que no tiene posibilidades de vivir independientemente de ella. En concreto: forma parte de la entidad física y mental de quien lo lleva en sus entrañas (a nadie, en su sano juicio, se le ocurriría penalizar la extirpación quirúrgica del apéndice, de una vesícula biliar o de los ovarios, yéndonos al extremo). Por ende, ella y nadie más tiene el derecho de decidir sobre lo que es –en sí y hasta ese momento- parte de su ser total -no sólo de su cuerpo- sin injerencia de alguna sacra institución que se aleja de su ministerio para incursionar en la política; ni, mucho menos, de un partido que busca regresar a México a tiempos idos ni de un señor que fraudulentamente compra tangas con dineros del erario público.
El señor cardenal tiene todo el derecho –quizá obligación- de sermonear a su grey para que no practique el aborto; inclusive, a lanzar amenazas de excomunión. A lo que no, es a promover la desobediencia de la ley y azuzar a las masas contra personas o instituciones que lo lleven a cabo.
Por: Gabriel Castillo-Herrera.
No voy a referirme aquí a la muy particular y conciente decisión de cada pareja (o persona) de sujetarse a un aborto; al fin y al cabo, ello pertenece al fuero interno. Sí, en cambio, al carácter social que tal legislación implica.
Las instancias que se oponen a tal medida –entre ellas, la jerarquía eclesiástica y el partido en el poder federal- deforman su esencia: pretenden hacer creer que las modificaciones al Código Penal promueven el aborto. No es así. Todos –menos la hipocresía confesional- sabemos que la interrupción del embarazo por medios quirúrgicos y otros que no lo son se han practicado aun con prohibición legal y condena de la Iglesia desde el principio de los tiempos. Más aún: seguirán practicándose independientemente de que el Jefe de Gobierno del Distrito Federal decidiera echar mano de su derecho de veto sobre el particular, lo cual es bastante improbable, y más allá de la amenaza de excomunión y la condena papal.
Otro argumento del que los opositores echan mano es el que llaman “derecho a la vida”. Ello ha dado lugar a múltiples polémicas –de tipos legal y biológica- acerca del momento en que puede considerarse que hay vida. En lo particular, se me antoja considerar que la discusión es más de carácter legal que biológica; pues, ¿quién podría negar –desde un punto de vista estrictamente científico- que el espermatozoide o el óvulo tienen vida? Partiendo de ahí, ¿no tendrían, los señores panistas, que manifestarse por la penalización de la masturbación masculina (como la historia bíblica condena a Onán) y, más, de la menstruación? Lo desmenuzo: con ambas circunstancias se le estaría negando, desde aquella perspectiva y yendo al extremo, “el derecho a la vida” a potenciales nuevos seres. ¿No es así?
Pero el asunto se complica, aún más, al llegar al sitio de querer explicar qué es la vida desde un punto de vista universal; humano, mejor dicho, humanista. La vida, aquí, no sólo es poseer funciones vitales, lo que nos hace tener necesidades en sentido estricto; es satisfacer éstas, como requerimiento mínimo, para desarrollar todas las capacidades y potencialidades materiales, intelectuales y espirituales que sólo al Hombre le son dadas en exclusividad por sobre de todo el Reino Animal.
La ley aprobada, desde luego, tampoco pretende tan altos fines (el ámbito para que ello sea posible no es de carácter legal, sino de desarrollo económico y cultural); sino favorecer que concurran las condiciones básicas –en lo concerniente al aspecto, exclusivamente, legislativo- para que lo descrito en el párrafo anterior pudiera suceder: que los niños nazcan en un ambiente que, en lo axiomático, lo propicie: que sean deseados. Repito: favorecer, tan sólo favorecer; porque, a estas alturas de la Historia, algo se tiene que hacer.
A las jerarquías eclesiásticas les conviene tener “rebaños del Señor” –resentidos sociales y/o culpables, que abundan entre los hijos no deseados- para llenar sus iglesias y sus cielos; pero es obvio que tales características fomentan el abandono físico, afectivo y emocional por parte de sus padres; y, en esos niños, el enojo contra la vida, cuando no la miseria y la ignorancia; y, en extremo, constituye un factor de desestabilización social, así como de violencia. ¿Cerrar los ojos ante ello es “estar por la vida”?
Y, sobre todo: ¿es manifestación de “estar por la vida” que un imbécil grite, amenazante, ante el Legislativo local que “¡Esto es una lucha; y es una lucha a muerte!”?
En otro enfoque, ¿con qué calidad moral se erigen como jueces personajes como Serrano Limón –inmiscuido en asuntos de corrupción- y el propio cardenal Riqueza Cabrera –sospechoso de proteger a un eclesiástico pederasta- quienes, además, están incitando a desobedecer la ley? Dados los antecedentes históricos de la relación de la Iglesia / Estado, esta circunstancia resulta ser muy peligrosa; no se puede dejar de considerar que en México ha habido derramamientos de sangre (el periodo juarista y la Guerra Cristera) promovidos desde las instancias religiosas. Y el rijoso cardenalito no las ignora; ¿qué pretende? No se engañe, estimado lector: logros de tipo político (y el sacristán que despacha en la Secretaría de Gobernación no es capaz de poner un hasta aquí).
Uno y otro apelan a la sensiblería del pueblo; hablan de que “se está negando la vida a un bello ser”. ¿Les parecen “bellos seres” esos infelices muchachos que deambulan sin rumbo arrastrando su miseria, adormecida por las drogas, por haber sido lanzados al mundo por la irresponsabilidad, la ignorancia y el abandono físico y moral de sus padres? ¿O los que se ven obligados a delinquir como medio de subsistencia? ¿O los que son objeto de explotación laboral porque sus padres no tienen forma de darles el sustento? Más: ¿a eso llaman “vida” estos sacrosantos barones de la hipocresía? En un mundo como el actual: ¿cuál será el destino de cientos (acaso miles) de infantes que no saben leer ni escribir porque en vez de ir a la escuela tienen que ganarse los medios de supervivencia (que no de vida)?
Se puede estar a favor o en contra del aborto, eso es cuestión de índole personal; pero no se puede perder de vista que el costo social de traer al mundo hijos no deseados, por ignorancia, irresponsabilidad o mediante la violencia sexual, es altísimo. Y algo se tiene que hacer. No hay nada peor que la inmovilidad. La despenalización es un principio.
Por otra parte, la relación de un feto con su madre, aún a las 12 semanas de gestación, es simbiótica; esto es que no tiene posibilidades de vivir independientemente de ella. En concreto: forma parte de la entidad física y mental de quien lo lleva en sus entrañas (a nadie, en su sano juicio, se le ocurriría penalizar la extirpación quirúrgica del apéndice, de una vesícula biliar o de los ovarios, yéndonos al extremo). Por ende, ella y nadie más tiene el derecho de decidir sobre lo que es –en sí y hasta ese momento- parte de su ser total -no sólo de su cuerpo- sin injerencia de alguna sacra institución que se aleja de su ministerio para incursionar en la política; ni, mucho menos, de un partido que busca regresar a México a tiempos idos ni de un señor que fraudulentamente compra tangas con dineros del erario público.
El señor cardenal tiene todo el derecho –quizá obligación- de sermonear a su grey para que no practique el aborto; inclusive, a lanzar amenazas de excomunión. A lo que no, es a promover la desobediencia de la ley y azuzar a las masas contra personas o instituciones que lo lleven a cabo.
Correo: arbolperenne@yahoo.com.mx
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