Sunday, August 29, 2010

Para Entender el México de Hoy (Parte XXII)

Contribución
al estudio del hoy en la
Historia de México.


BICENTENARIO:
OBSESIVOS SIGLOS CIRCULARES

(Parte XXII.- Soberanía en Demolición)


Antes del paréntesis anoté: “El capitalismo monopolista de Estado se alzó imponente como forma económica dominante..”. A ojos del ciudadano común, esto representaría una de las 918,749 cosas que le importarían menos que un cacahuate. Pero tratándose de cuestiones de poder económico y de carácter eminentemente político, dentro de los marcos de nuestra nación, interesan a quienes se mueven en medio de esas instancias. A entidades y personas. A quienes tienen, precisamente, intereses económicos propios o a quienes están comprometidos con quienes los poseen.

Así, hablar de una lucha abierta contra el capitalismo monopolista de Estado -¿Quién es ese señor?- parecería una abstracción; ya que éste se nos representa como algo fantasmagórico pues estamos acostumbrados a ver la Historia desde la perspectiva de los personajes. Deja de parecerlo cuando adquiere carácter corpóreo, cuando la propiedad estatal es blanco de ataques de economistas comprometidos con el empresariado privado y con el partido que hoy gobierna; cuando comienzan a referirse a al periodo en que más auge cobró con epítetos como “La Docena Trágica” remitiéndose a los dos sexenios en que el fantasma creció más vigorosamente. Hoy, los políticos y presidentes de los tiempos recientes más denostados son Echeverría y López Portillo a quienes se tacha de corruptos y enfermos de poder: ¿acaso fueron los únicos?, ¿qué decir de Mr. Amigo y del Presidente Caballero, de la pléyade que va desde Salinas al actual?; pero en el fondo, lo que los corifeos del poder económico privado critican no es tanto sus personas (que. como tal, hubo mucho qué criticarles; al fin y al cabo fueron personajes que el sistema político mexicano cobijó, allá que los defiendan sus hijos y sus beneficiarios) como que ambos regímenes hayan llevado a su máxima expresión la rectoría del Estado (que a fin de cuentas resulta de las leyes emanadas del constituyente de 1917, de la Revolución, pues) lo cual restringe, en teoría y muy poco en la práctica en el caso de México merced al espectro de la corrupción (que sería lo que habría que combatir), el campo de acción y, en última instancia, la posibilidad de incrementar tasa de la ganancia a niveles execrables de las empresas particulares más voraces. El Estado, según la concepción del capitalismo clásico, sólo debe ser un facilitador para que los particulares –cierto tipo de particulares, desde luego los que tienen los grandes capitales- hagan negocios. En México, como ya hemos dicho, la concepción clásica no fue posible. Por lo tanto, la iniciativa privada se sintió, y en los hechos lo fue, desplazada a un segundo término; veían –y ven- en el Estado un competidor, “un competidor desleal”. Palabrería pura, pues no hay paralelo entre la contribución al producto interno bruto de, por ejemplo, una sola empresa del Estado (PEMEX) y la de alguna de las empresas privadas más exitosas. No hay posibilidad de competencia “leal” ni “desleal”. En realidad, la “amenaza” era, como frágilmente sigue siendo, la imposibilidad de la empresa privada de intervenir en grandes negocios como sería adueñarse de la industria petrolera, la eléctrica (tareas que los dos últimos gobiernos de extracción panista les han prometido) y, como ya se ha hecho desde tiempo ha, de las comunicaciones (¡vaya que si es negocio!, Slim es el hombre más rico del mundo; ¡vaya que si es negocio!, que se liquida a la Compañía de Luz y Fuerza para venderle –con un remedo de licitación- a Azcárraga y socios la banda ancha que pertenecía a la Nación y que utilizaba esa compañía). Y no podemos soslayar el asunto de la Banca, que ha demostrado el verdadero carácter de ese empresariado que tanto ha buscado la reconversión del Estado con el vano pretexto de forjar empresas eficientes y libres de corrupción que ha fin de cuentas –después de enriquecerse vía corrupción: el FOBAPRA- han ido a parar a manos de extranjeros. Y aquí volvemos a la imagen del criollo que busca congraciarse con el imperio para obtener reconocimiento; para fabricarse una identidad nacional que, de origen, carece. Como dice la canción: “No soy de aquí ni soy de allá…”. Desnacionalizados. ¿Qué Bicentenario van a celebrar? Bicentenario de entrega del país al capital extranjero, de reconvertir la Independencia.

Hoy, el petróleo sigue siendo un factor determinante en la geopolítica. De manera que el energético manejado desde instancias estatales y no privadas sigue dando un estatus de fortaleza interna ante los imperios capitalistas. Recuerde el lector lo que significó por aquellos años se descubrieran grandes yacimientos en el sureste mexicano: México y Venezuela acordaron un tratado mediante el cual se comprometían a surtir petróleo –como dicen en los anuncios comerciales- “con facilidades de pago y cómodas mensualidades” a países de Centroamérica cuyo desarrollo era prácticamente imposible, pues una buena parte del valor de su producto interno bruto la destinaban a la compra de petróleo, un círculo vicioso que fue roto con el Tratado de San José, en el que los Estados Unidos quedaban al margen. México dio estatus de fuerza beligerante a guerrillas de Centroamérica en donde los gobiernos eran sostenidos desde Washington. Fidel Castro fue declarado como “un hombre de nuestro siglo” y Cuba tan cercana como “…quien haga daño a Cuba es como si se lo hiciera a México”, cuando aún la Guerra Fría estaba viva. Fue como darle una bofetada a los Estados Unidos. Ese es el poder del petróleo en manos de un Estado. Esa es la independencia que puede dar el petróleo en manos del Estado. Esa es la soberanía, y autodeterminación, de la que los actuales gobiernos mexicanos no podrán presumir en la conmemoración del Bicentenario.

López Portillo quiso limar las asperezas que se generaron con el grupo Monterrey en el sexenio de su predecesor y, momentáneamente, lo consiguió. Ningún país es susceptible de vivir en la autarquía; si en otras etapas de la historia la correlación de fuerzas a nivel internacional favoreció ciertas medidas determinantes para la economía nacional y, en sí, la viabilidad del país como nación independiente (la Constitución del 17 en medio de la 1ª Guerra Mundial y la expropiación petrolera en el preámbulo de la 2ª), esta vez no fue así. La agudización de la crisis política en Medio Oriente (que no fue sino la expresión del enfrentamiento entre la URSS y Estados Unidos en la arena de “La Guerra Fría”), específicamente el incremento de las hostilidades entre el mundo árabe (principal proveedor de petróleo al mundo industrializado) e Israel en un principio favoreció a México; sin embargo, a fin de cuentas trajo consigo una oferta desmedida del energético, lo que fue motivo de la caída de los precios. México, que había petrolizado su economía, se vio inmerso en una debacle económica. Ahí acabó la “luna de miel” con el empresariado neoleonés que había llegado a la ridícula zalamería de erigir una estatua ecuestre del presidente.

Hubo salida masiva de capitales y divisas, lo que aceleró la crisis. [Una anécdota: se rebautizó, con sorna, a cierta isla estadounidense como “Del Padre Island, N.L.” pues gran parte de las propiedades inmobiliarias ahí situadas fueron adquiridas, a partir de entonces, por ciudadanos mexicanos oriundos de Nuevo León y Tamaulipas]. Al gobierno mexicano –a punto de finalizar el sexenio- no le quedó otro camino que decretar la expropiación de la Banca e implantar el control de cambios. Y ese fue otro motivo para que los detractores de la propiedad estatal la continuaran satanizando y haciendo blanco de burlas a quien tomó tal medida; medida que ni la izquierda como fuerza política ya legalizada merced a una primera reforma política pudo entender. ¿Es que había otro camino? Como siempre, esa gran maestra –señora tan ignorada por los sectores supuestamente progresistas- que responde al nombre de Historia se encargó de demostrar a quién le asistía la razón. A partir del siguiente sexenio, dirigido por tecnócratas forjados en universidades extranjeras en donde la enseñanza de moda era desincorporar la propiedad estatal (el neoliberalismo), la izquierda dejó hacer, dejó pasar, sin chistar, la reprivatización de la Banca con los resultados que hoy conocemos: la capacidad de financiamiento interno del país depende de la voluntad de extranjeros. ¿Eso es independencia? ¿Qué clase de Bicentenario celebraremos?
¡Ah!, la respuesta nos la da el Gobierno Federal en sus spots: ocupamos lugares de privilegio en la exportación de camiones, refrigeradores y televisores hacia los Estados Unidos. Y se ufana: “¡Esto es el Bicentenario!”. Así que el próximo 15 de septiembre, en la Ceremonia del Grito, habrá que canjear la consabida frase de “¡Vivan los héroes que nos dieron patria” por la novísima: “¡Vivan los camiones, televisores y refrigeradores exportados a Estados Unidos que nos dan patria!”. Sólo que si a los norteamericanos, cuyo país atraviesa por una crisis severa, se les antoja no comprar esas mercancías –desde ese punto de invidencia- nos quedamos sin patria. Para cretino no se estudia; o sí: parece que esa carrera se imparte en universidades extranjeras, en la Libre de Derecho, en el ITAM y se hace el servicio social en BANXICO.

Aquí, a partir del comentario sarcástico, habrá que reincidir en el meollo del asunto:

La apropiación de la plusvalía (esto es, la ganancia ya reproducida) derivada de la producción de televisores, refrigeradores y camiones –en tanto resultado de procesos industriales pertenecientes a inversionistas o propietarios privados- es así: privada, va a parar al bolsillo de sus dueños; la derrama hacia otros sectores sólo se traduce en salarios e impuestos (que, por cierto, muchos evaden). Mientras, en las de carácter estatal, la apropiación de la plusvalía adquiere un cariz social, pues la derrama no sólo se traduce en salarios sino en beneficios para la población en su conjunto al reinvertirse esa plusvalía en escuelas, ciencia y tecnología, producción de bienes de consumo, casa habitación, créditos, seguridad social en todos sus rubros (salud, capacitación, esparcimiento, deporte, cultura, etc.). A todo esto, los enemigos de la propiedad estatal dieron en llamarle “paternalismo”. [Curiosos que son, para ellos el “paternalismo” sólo debe beneficiar a la iniciativa privada (pero cambiándole el nombre por el de “incentivos a la producción”) y ser negado al resto de la población].

Esta es la gran diferencia entre el capitalismo privado y el capitalismo monopolista de Estado. Sólo que para que este último funcione adecuadamente es necesario que exista un Estado participativo, democrático, para abatir la lacra común a los dos tipos de capitalismo: la corrupción. Para ello fue creada la primera reforma política, años después el IFE (que retiró la injerencia de instancias gubernamentales y privilegió las civiles en una primera instancia pero que se corrompió durante las campañas previas al 2006). Aparte, la participación ciudadana espontánea que surgió a raíz de un hecho dolorosísimo para la sociedad mexicana sin distingo de clases sociales: el terremoto de 1985. Ante la incapacidad de un gobierno oscuro, la sociedad civil (el pueblo llano) tuvo que verse obligada a organizarse espontáneamente para suplir las deficiencias de los dirigentes políticos, afrontar situaciones de emergencia, rescatar a los caídos y, pasada la tormenta, la reconstrucción.

La izquierda, en proceso de la unificación fomentada por Arnoldo Martínez Verdugo y Heberto Castillo, participó activamente en esta última tarea. Jóvenes muy activos desde la perspectiva organizativa, duchos en la praxis pero mal preparados en cuestiones teóricas, se dieron a la tarea de conseguir ayudas del exterior, de la Cruz Roja y otras muchas instancias internacionales, para fomentar la autoconstrucción de viviendas. Así forjaron su capital político y su cuota de membresía con que obtuvieron no sólo voz sino voto en el partido de izquierda unificada, aunque muchos de ellos provenían de grupúsculos menores, casi membretes, y no del partido beneficiado por la primera reforma política: el PCM (hoy, una de esas corrientes, la pandilla bautizada como “Los Chuchos” domina el partido). Así, casi de origen, el sectarismo se acomodó en el nuevo partido. Más tarde, una corriente –autodenominada “democrática”- dentro del PRI, encabezada por Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo, se separó del partido porque el dedo sexenal parecía no tener intenciones de señalar al primero sino a su secretario de Programación y Presupuesto. El hijo del Tata, con su grupo, se adhirió al nuevo frente de izquierda que vio, con ello, la posibilidad de acceder a la Presidencia de la República postulando a tan fuerte carta como candidato.

Ya habíamos dicho que habiendo visto cerrado el camino hacia el poder político de la mano del PRI, los industriales norteños se marcharon al PAN y se adueñaron del partido. De tal manera que los bárbaros del norte vieron en Clouthier el ariete en una nueva lucha por la Presidencia de la República.

Es de sobra conocido que en las siguientes elecciones para renovar el Ejecutivo ocurrió un fraude mayúsculo. Pero lo que cabe mencionar es que a partir de entonces el PRI se paniza y el PAN se priíza. El PRD, mientras, se debate en pugnas sectarias internas.

La correlación de fuerzas a nivel mundial cambia: cae el Muro de Berlín como preludio al desmembramiento de la URSS. Se augura un mundo unipolar en el cual todos serán felices, por los siglos de los siglos, libres de la “amenaza comunista”. Sólo quedaba una pregunta en el aire: ¿cuál será ahora el pretexto para que los Estados Unidos desestabilicen países, los invadan y los sojuzguen? Los militarotes del Pentágono, los petroleros y financieros se agrupan en torno a la idea de un American Century. La felicidad no les duró sino unos pocos años, pues la unipolaridad cedió su paso a in mundo multipolar y una economía globalizada que hoy es testigo de la crisis económica más grave en los Estados Unidos desde aquel 1929. Sin embargo, engolosinados con la idea y sin que nadie –ni la ONU- pudiera detenerlos, invadieron Panamá, Iraq (una primera vez) e hicieron más álgida la situación en Medio Oriente.

Así que el PRD, al que habíamos dejado pendiente, encuerado de ideología (así lo juzgaron muchas de sus sectas porque jamás supieron qué quería decir eso de “capitalismo monopolista de Estado” o nunca se dieron cuenta de su existencia en México porque su análisis de la realidad se circunscribía a consignas revolucionarias: “Estado burgués”), creyéndose sin rumbo, engañándose a sí mismo en la creencia de que Marx se había equivocado (se equivocaron ellos porque, como dijimos estaban mal preparados en cuestiones teóricas; y… en general) no les quedó más ruta que el debate de las pugnas sectarias per se, por el poder mismo. Aunque habría que aclarar que dentro del partido también hay gente progresista, estudiosa de la situación social y política de México; pero, hoy vemos, la apoya el pueblo, no el partido. Más adelante nos referiremos a ella, aunque, en esencia, ya lo hemos hecho a lo largo de este escrito.

Si el capitalismo monopolista de Estado es un estorbo para el PAN, partido donde se encuentran sus detractores, Salinas de Gortari –aún siendo secretario en la administración de Miguel de la Madrid- les hace la tarea de destruirlo: empieza la desincorporación de empresas paraestatales. Ya como presidente promueve la privatización del campo mexicano tumbando de una patada uno de los pilares, el paradigma de la Revolución Mexicana, aquella que se forjó al grito de “Tierra y libertad; la tierra es de quien la trabaja”. Y crece la insidia dentro del partido. Mientras que, ufano, se apresta a festejar con los señores del dinero la firma del TLC, estalla la rebelión zapatista que muestra al mundo –internamente siempre se ha sabido- que el país no se ha subido al tren de la modernidad, no es próspero, sino que hay millones de desarrapados que no han visto, en casi 500 años, las virtudes que pregona el presidente con su espantajo llamado “Liberalismo Social” que se convierte en lápida mortuoria para un buen número de perredistas y periodistas que no comulgan con sus “logros”.

Notoria insidia dentro del partido, decíamos, cuando se conoce que el “dedazo” no es para Camacho Solís, una suposición dada por el conocimiento de la cercanía de ambos personajes desde la escuela, sino para un personaje en ascenso que es abandonado a su suerte por el partido en plena campaña y que después es asesinado; más tarde la gracia recae sobre el único personaje posibilitado para suplir la candidatura del occiso, uno que había sido previamente sacado del tablero de juego de la sucesión, al igual que Camacho, y del que hoy se hace evidente la enconada distancia con Salinas: Zedillo. En algún lugar en páginas anteriores señalamos: “…un virtual golpe de Estado”. Están de regreso los métodos violentos para adueñarse del poder.

Hay quien achaca la desaparición de Colosio a Salinas en función de un discurso (“Yo veo un México…”) que interpretaron como rompimiento entre ambos. Me parece una inocentada, o un franco afán de desvirtuar la realidad, a la luz de los siguientes acontecimientos (la muerte violenta de Ruiz Massieu, el encarcelamiento -y el irregular juicio con presentación de ridículas “pruebas”- de Raúl Salinas y el exilio disimulado del ex presidente); pero no abundaremos en lo que ya hemos consignado en capítulos anteriores.

El Liberalismo es -aunque la referencia resulte un tanto esquemática es ilustrativa- una escuela de pensamiento surgida como necesidad ideológica que después toma cuerpo como escuela económica en el periodo de ascenso de la burguesía comercial y pre industrial en su lucha contra la aristocracia terrateniente. En lo político, toma la forma de república contra la monarquía absoluta. Pregona la libertad de tránsito de los individuos, así como la igualdad de los seres humanos ante la ley. Sin duda fue una forma progresista en cierta etapa del desarrollo de las sociedades hacia mejores estadios. Surgió aleatoria al llamado Siglo de las Luces y fue el motor de transformaciones profundas e inspiró a –hablando de México- toda la generación de la Reforma.

Sin embargo, lo que hubo sido en un tiempo revolucionario, en ciertas condiciones históricas, cuando han sido destruidas las trabas que le impedían cimentarse y desarrollarse, se convierten en un nuevo freno. Lo que constituyó un estímulo para iniciativa de los particulares (la burguesía ascendente) para fomento de la economía sin un Estado autoritario (en esos entonces, por lo general, monárquicos) que obstruyera esa iniciativa, hoy consiste en poner al Estado al servicio no de la iniciativa de los particulares sino de los grandes monopolios. Así, el Neoliberalismo económico no es sino una forma de perpetuar contra corriente el desarrollo de las economías, en el sentido que ya hemos dicho: la socialización, con la consiguiente conservación de privilegios para ciertos grupos poderosos a costo del deterioro del bienestar para las mayorías. Y, bien, aquí insistiremos en afirmar que no es lo mismo poner al Estado al servicio de los monopolios privados que poner a un monopolio, el de Estado al servicio de la sociedad. Sin más: el Neoliberalismo persevera en sostener un capitalismo salvaje. Salinas bien que lo sabe, por ello quiso disfrazar a su eunuco agregándole el “social”, contradicho absurdo.

Enemigos entre sí pero con la misma escuela, Zedillo -con la complicidad de los legisladores del PRI y PAN en contubernio, y BANXICO- condenó al pueblo de México a pagar las corruptelas e ineficiencias de los beneficiarios de la reprivatización de la Banca con el FOBAPROA.

En otra vertiente, adelgazó la línea divisoria entre el PRI y el PAN. La hizo tan delgada que –por ideario económico- ya no hubo distinción. Unos por conservadores y otros por retardatarios –moderados y conservadores, en época de Juárez-, tienen como finalidad acabar con el capitalismo monopolista de Estado y su bastión más fuerte: la industria petrolera como patrimonio de la nación.

De tal manera que en año 2000 se cumple el sueño frustrado durante la lucha del ’68: por fin, el empresariado hizo posible el largo sueño acariciado: subirse a la silla presidencial. Esta vez sin violencia de por medio, sino por un proceso electoral sin mácula vigilado por una instancia surgida de la sociedad, sin intervención del Estado; recién nacida y –aún- ejemplar (que dejaría de serlo antes de las siguientes elecciones): el IFE.

Por fin, como presumió el beneficiado por el voto popular (y –ante todo- las disputas dentro del PRI): “Este es un gobierno de empresarios…” y, desde luego, para empresarios. En el gozo de haber presenciado un proceso electoral limpio y de haber sacado al PRI de Los Pinos (en lo personal, nunca le vi como beneficio social, por los motivos expuestos dos párrafos arriba) hizo que ni cierta parte de la izquierda tomara consciencia de que no había motivo de algarabía: la situación económica, política y social empeoraría. El tiempo nos ha dado la razón.

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